Luego de esa noche, pasados unos pocos días, volví a sentir ese olor en otros tipos de comidas. ¿Las nauseas? Volvían siempre. Con los días logré ocultarla y evadir las preguntas con respuestas malhumoradas como “es sólo acidez” o “estaba mal cocido”. Por dentro, moría de miedo.
Más allá de los torpes desordenes alimenticios, mi vida marchaba de una manera simple y aburrida, justo como a mí me agradaba. Quizás el cambio repentino luego de romper con Lissie había estado bien, porque había comenzado a leer novelas y escribir en un diario propio. Ya no salía a fiestas ruidosas y alocadas que nunca acabaron de conformarme, aunque en el momento no podía quejarme por estar completamente drogado o borracho. Mis padres nunca lo supieron, por lo que siempre creían que Lissie era una de esas chicas comunes y corrientes, angelicales y esas cosas. ¿Para mí? Era un declive académico.
En la escuela no me iba nada mal pero luego, cuando me enrollé con aquella chica rubia que tanto deseaba y fue tan difícil conseguir siquiera un simple beso, todo en mi vida decayó. ¿Me quejaba? Por supuesto que no. Creo que estar con Lissie era el sueño de cualquier persona, no hombre, sino mujeres también. Había oído rumores sobre una chica que terminó enamorada de ella e incluso difundió su bisexualidad con todos en la escuela.
Siempre había querido saber sobre la vida pasada de Lissie, de dónde venía, si tenía hermanos o no… pero nada. Nunca conseguía sacarle siquiera un “mi madre no me dejará” o “mi padre me matará si se entera”. De las veces que quedaba en su casa, nunca había nadie, aunque siempre estaba ese auto negro de vidrios polarizados en su garaje que, obviamente, nunca supe de quien era. La chica era un completo misterio, pero nunca me había quejado de ello mientras estábamos juntos.
Nunca creí que diría tal cosa, pero la relación se basaba en sexo. En realidad, nunca fue sexo en su totalidad, porque nunca “lo hacíamos”, pero vivíamos unos momentos de “juego previo” eternos hasta que fuera tiempo de hacer otra cosa. Había transformado al “Colby el callado” en el “Colby buena onda”. Probablemente en la escuela todos se preguntaron: “¿Qué mierda hizo ese Colby para perder semejante chica?” Enrollarse con la mejor amiga, chicos, eso hizo ese Colby. La gran razón por la cual rompimos fue porque, en un estado de total inconsciencia, permití que su mejor amiga, Abby, metiera su lengua en mi garganta. Cuando nos descubrió, aquellos que acudieron a la fiesta parecieron ponerse de acuerdo en callarse y apagar la música para observar las discusiones. Yo no tenía ni la menor idea de por qué ella gritaba y lloraba, pero acabé hartándome y decidí irme con una muestra de que todo me importaba una mierda.
El día posterior me encontraba tirado, sin camisa, en el sofá de mi casa. Mi madre haciéndome un café y mi padre sentado en su pequeño sillón cerca de la televisión, “su lugar”. No me regañaron, sin embargo, porque vieron que estaba demasiado destrozado como para comprender los gritos. Horas después de aquello, y de una agradable siesta, me desperté en el mismo lugar con una resaca casi desvanecida. Retomé la rutina como si fuese el día más normal del mundo, hasta que recordé todo. Ahí comencé a alarmarme.
Mi mejor idea fue llamarla al móvil, lo cual no tuvo éxito porque no atendería ni porque se estuviera acabando el mundo. Entonces, en un acto desesperado de saber qué demonios había pasado en la fiesta, fui a su casa.
La gran ventaja era que no vivía muy lejos de mi casa, sólo a unas cuantas cuadras. Caminé hasta allí en tempranas horas de la noche y, cuando llegué, la vi sentada en el porche. No estaba llorando, ni sonriendo, ni gritando, ni entrando a su casa. Estaba mirándome fijamente con unos ojos vacíos que me incomodaban ligeramente, como si planeara llorar o golpearme de sorpresa. Con pasos sigilosos, me acerqué hasta una distancia considerable y quedé frente a ella para mirarla directamente a los ojos.
—Hola— dije, con una voz temblorosa que tenía un miedo infernal de no ser capaz de verla otra vez. Incluso con el estado de inferioridad que emitía mi presencia, ella no contestaba, pero seguía clavándome los ojos. Quizás una mejor opción era marcharme y dejar que quedara con la intriga de saber qué iba a decirle, pero decidí decir todo.
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Colmillos
Vampir¿Cómo te darías cuenta de que, lentamente, te conviertes en algo que nunca creíste posible? ¿Cómo reaccionarías ante las verdades más descabelladas del mundo, donde los cuentos se hacen realidad?