Capitulo 8 "A lo Cenicienta"

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Samael demoró unos tres minutos en decidir si ir a buscarla. Llegó hasta la oficina de Hernández. La puerta estaba abierta y María sentada en la silla giratoria de su padre. La luz de la luna entraba por la ventana y le brindaba a la habitación un ambiente expectral.

—Créeme cuando te digo que esta silla es lo máximo. Se siente bien estar aquí. Te invade el poder.—Parecía una niña montada en un carrusel. Se movía de derecha a izquierda.

—Este juego tuyo ya me está incomodando.

—¿Lo ves? Ese es tu problema.—Detuvo los meneos del asiento—Eres mayor que yo. Según tú, has vivido y experimentado más. ¿Por qué yo, que soy un "niña"—Hizo comillas con los dedos—como dices, te desconcierto de tal manera?

—No lo sé. Dime tú. Parece que últimamente no se mueve una mosca en esta ciudad sin que lo sepas.—Respondió con puro sarcasmo.

—Y es más que claro que te lo voy a decir. Sucede que tú deseas mi cuerpo, tanto o más de lo que ansio el tuyo. Lo que tu orgullo no te permite admitir, es que soy el pastelito delicioso; al cual le das una mordida y de inmediato te liberas de todas tus tensiones.

Samael arrugó el ceño con un gesto de exasperación—¡Ay, no jodas! Tú me causas más estrés del que me curas.

"Y tú eres demasiado dramático" Le respondió con el pensamiento sin quitarle la mirada de encima.

María ignoró lo próximo que le dijo. Tocó con las yemas de sus dedos unas plumas y unos lápices que el padre dejó sobre el escritorio. Se quedó absorta, pensando en sus fantasías más reprobables.

—¡Hey!—Samael chasqueó los dedos de su mano derecha un par de veces, para hacerle reaccionar—¿Me estás escuchando, Hernández?

Ella le lanzó una respuesta otra mental "Pues, no mucho".

—¡María!

—Por supuesto que sí—Le mintió—¿o qué te crees? Lo que, por un segundo, me quedé pensando.

—¿En qué?

—Cosas mías—Ella se acomodó aún más en el puesto—Oye, te juro que se siente bien esta silla. Es como un trono. Ven y pruébalo.

—No me hace falta.

María se levantó del asiento giratorio. Se acercó a Samael y lo tomó de su mano derecha utilizando las dos de ella. Lo exhortó a ir hacia el lugar.

—Ven, siéntate, un momento, que no muerde.

Lo jaló de tal forma que no tubo más opción que dar un par de pasos.

—¡Déjame en paz, niña!

—Veeennn—Continúo insistiendo como marcada intensidad.

Samael se sentó a los pocos minutos. Ya María le tenía los oídos pitando de tanto pedirle lo mismo.

—Se siente igual que cualquier silla.—Comentó con apatía y desinterés. Hizo un amago de ponerse en pie. Ella no se le permitó.

—Vas a dejar de opinar eso, justo ahora—Lo empujó suavemente por los hombros.

Samael cayó hacia tras y terminó sentado otra vez. María se lanzó sobre él y comenzó a besarlo. Fue descendiendo lentamente hacia el suelo con todo su cuerpo. Cada vez era menos la distancia entre la cara de ella y la entrepierna de él. Terminó arrodillada y con la mitad de ella por debajo del escritorio. Cuando tubo sus pantalones frente a frente liberó el miembro del chico. Este salió de un salto de su apretada oficina de tela.

—¿Viste con el cariño que me saludó?—Preguntó mientras lo masturbaba con una mano—Deberías seguir su ejemplo.

Samael no le respondió a la frase. Estaba enfrascado en la escena. La punta de su masculinidad gruesa, venenosa y de casi veinte centímetros en erección, estaba brillante debido al líquido presinal que brotó de su interior. Ella lo observaba sin dejar de mover su mano. Notó el brillo de deseo en los ojos de él. Sonrió con arrogancia. Se sintió en la cima del universo. Había logrado una vez más eso que tanto la enciende: Llevar la conversación de un extremo al otro. De lo trivial a lo caliente. De la indiferencia y el orgullo a las ansias carnales.

"Hijo del Diablo" [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora