Capítulo 17 "Disparos Bautizados"

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Las primeras cuatro horas, después de descubrir aquella horrible escena, fueron por mucho las peores para Samael. Tuvo que hacer un nudo bien apretado con las emociones, tragarse  hasta la última de sus lágrimas y ahorrarse las nefastas ganas de vomitar hasta la bilis. Todo esto probó una vez más su fortaleza y sus características de titán.

Samael salió de inmediato en busca de una manta blanca y material necesario. Cosas tales como cuerda y una pala. La tienda 24 horas más cercana estaba a dos kilómetros de los edificios abandonados. Aunque esa distancia él la sintió como multiplicada por seis. Caminaba cómo alma sin cuerpo, como carne sin huesos, con su mente en otros lares.
El castaño sentía que sus pasos no eran suficientes para avanzar por el camino. Y pensaba como un loco en la amplia y sincera sonrisa de su amigo, en los momentos buenos, en los malos y en esos que llamaba "los peores" sin saber que el día de hoy llegaría psra destruirlo. Definitivamente el peor es hoy. Pero seguía recordando cada promesa y pelea, cada partido de basket, en las novias que compartieron, en los momentos de euforia e irresponsabilidad, incluso en aquella vez que atrapó a Junior en plena sección de poros de cannabis. Lo acompañaba una cubana negra y muy nalgona que recién se había mudado al barrio. Samael le dio una paliza a su amigo digna de un gladiador.
Junior sangró por su boca y la nariz. Escupió sangre hacia el suelo. La cubana huyó despavorida ante tal acto de salvajismo. Junior llamó "come mierda" a su amigo y luego le sonrió con la boca ensangrentada. Abrazó a Samael como si fuese su padre, un joven padre de dieciséis años en aquel entonces.

"Me lo merecía amigo. Gracias por partirme la boca" le dijo con lágrimas de alegría en los ojos.

Samael estuvo a punto de quebrarse al recordar eso.

"Debí golpearlo el doble de fuerte aquella vez. Debí matarlo yo cuando tuve la oportunidad y no la mierda esa que se inyectó antes de morir".

Parecía un zombie cuando entró a la tienda que funciona veinticuatro horas .

—Buenas noches.

Lo saludó la dependienta. Era una señora sonriente, abultada, entrada en los cuarenta y tantos años.

—Hola. Necesito una manta grande y blanca, unos siete metros de cuerda de nylon, una pala, bolsas grandes negras de basura, guantes de jardinería...

La mujer palideció ante el pedido. Samael lo notó de inmediato. Cambió de su expresión depresiva y sonrió forzosamente.

—Le explico: Tengo una esposa que no puede dejar las labores de reparación y de jardinería para otra hora, al parecer.

—¡Ah! ¿Entonces la pala es para el jardín?

—Pues sí. A juzgar por su rostro parece que pensó algo raro.

—¡Uf! Perdón por mi reacción, pero no sabe los locos que llegan aquí a estas horas jajaja.

—Creo que me hago una idea. Pero no es esoque pudo pensar. Mi querida mujer se dio cuenta justo ahora que amaría tener más rosas sembradas junto a la piscina de los niños. Sin embargo, el lugar está lleno de hojas secas que debo desechar primero.

La historia sonaba estúpida, al menos así la consideraba Samael. Además los trabajos de jardinería no justificaban las cuerdas de nylon y la manta blanca. Lo importante es que la mujer relajó su expresión. Mejor una doña engañada que asustada. Al menos creyendo su historia no llamaría a la policía por sospechar que Samael es un asesino despiadado.

—Súmele a todo una manzana madura.  ¿Dónde se encontran?

—No hay problema. Todo lo que busca está al fondo a la derecha y las frutas están en los anaqueles de comida al lado de los productos de limpieza.

"Hijo del Diablo" [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora