Capítulo 10

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TESSA

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TESSA

Bobo sinvergüenza, pensé al ver a Daniel Johnson en el televisor. Había una entrega de premios y, por supuesto, Mónica no podía perdérsela. Mi amiga movió cielo y tierra hasta que consiguió tener libre esta noche para ver la transmisión en vivo.

—¡Se ve tan guapo en esmoquin! —chilló, tenía los ojos fijos en el televisor.

—¡Puaj! —exclamé con malhumor en respuesta.

En realidad, ella tenía razón. Pero no se me antojaba admitirlo.

—Vaya, Tessa, has desbloqueado un nuevo nivel de hater. Antes al menos reconocías que él es atractivo. Además, lo viste en persona... sabes que es otro nivel.

—Los hay mejores.

—Menciona uno.

—No puedo recordar nombres en el momento —me encogí de hombros.

—Es porque no hay, no existe. Deja de querer convencerte de lo contrario. DJ Johnson es el número uno, solo mírale... —señaló a la pantalla—. ¿Y no es una ternura que llevara a sus padres a la premiación?

—Lo que digas. Terminaré de cenar en mi habitación.

—¿En serio no me acompañarás a ver la entrega de premios?

—No —sonreí y me puse en pie con mi tazón de cereales.

—¡Mala amiga!

—También te quiero —respondí de regreso antes de encerrarme en mi habitación.

Me senté en la cama y terminé de comer de mala gana. Cuando el tazón estuvo vacío, lo coloqué sobre mi buró y entonces alcancé mi walkman. Al abrirlo, saqué el casete que estaba dentro. Era el que me había dado Daniel Johnson el treinta de diciembre del año pasado.

Tomé el casete entre mis manos y froté con la yema del pulgar lo que había escrito ahí.

Por una sonrisa.

No había sabido nada más de él desde aquel día y me ponía de malas pensar que, quizás, cuando le dije que aceptaba lo de conocernos mejor, hice exactamente lo que él esperaba. Ya que yo había cedido tan rápido, no había necesidad de esforzarse más, ¿no? Quizá eso le fue suficiente y él volvía a tener confianza en que podía echarse al bolsillo a cualquiera. Había caído en su trampa.

Estúpido Daniel Johnson.

Y estúpida yo por molestarme en pensar tanto sobre esto.

En realidad, que él no me volviera a buscar era lo mejor que me podía pasar. Nunca me cayó bien, después de todo.

Contemplé el casete en mi mano y pensé que quizá ni siquiera había hecho la mezcla él. Seguro podía haberle pedido a alguien más que hiciera el trabajo en su lugar. Mis ojos fueron a la papelera que tenía más cerca y sentí el impulso de tirar el casete allí, pero me arrepentí en seguida. Las canciones me gustaban mucho y ya me había acostumbrado a escucharlas de camino al trabajo.

Por una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora