Prólogo

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Deva D'aramitz vive en un pequeño pueblo del centro de Francia, concretamente en el distrito de Bourges, a tan solo dos horas de París. Bueno, vivía por que a pesar de seguir vagando por las calles que con anterioridad recorría con sus padres y su hermana pequeña, Deva D'aramitz ya no vive. Dejó de hacerlo al completo cuando le arrebataron lo más preciado para ella. Perdió el sentido de la vida, no era capaz de entender cómo su corazón podía seguir latiendo después de estar tan roto; aún así este continuaba funcionando. Latía porque Dev todavía no se hacía a la idea del propósito que se había propuesto aquella noche. Sabía lo que tenía que hacer pero seguía llorando su pérdida y eso le impedía comenzar.

La luna había dejado de salir desde aquella noche y Dev no veía la hora en que esta volviese a deslumbrar en la estrellada noche de Sancerre para pedirle consejo. Su madre siempre le había dicho que encontraría todas las respuestas en ella, que la Luna nunca mentía cuando se le pedía consejo o ayuda, es por ello que ella fue nombrada tras la diosa de la Luna en la religión hindú de la que mamá siempre había sentido una cierta curiosidad. Su nombre proveniente del sánscrito significa adivinar, y eso precisamente era lo que su madre quería que hiciese, porque Deva nunca había entendido qué quiso decir. Jamás, en sus veinte años de vida había sido capaz de descifrar el código con el que su madre solía hablar. Tras el accidente que sufrió después del nacimiento de la pequeña Dev, su madre no volvió a ser la misma. Apenas salía de casa, y si lo hacía debía ser siempre de noche y la luna debía estar presente en todos y cada uno de sus paseos nocturnos; entraba en pánico si no lo hacía. Empezó a hablar extraño, ninguna de sus palabras tenían coherencia y pocas veces eran las que formaban una frase al completo. Pasaba horas y horas mirando por la ventana y contaba los segundos que faltaban para que el sol cayese.

Sin embargo, un par de horas antes de la hecatombe, se coló en el cuarto de Dev y completamente en un estado de histeria que la chica nunca había presenciado en el comportamiento de su madre, esta le dijo algo a lo que Deva todavía sigue dando vueltas.

—No importa cuan nublada o gris esté la noche, la Luna siempre estará esperando a que formules todas tus preguntas, a que le cuentes todos tus dudas. Da igual si no eres capaz de verla, ella nunca deja de observarte porque eres a quién busca, p'tite louve.

Sus manos temblaban y no era capaz de centrar la vista en un punto fijo, parecía estar buscando cualquier indicio de peligro en la pequeña habitación. Su frente perlada relucía ante la luz del atardecer que se filtraba a través de las cortinas. Los espasmos de su mandíbula cada vez eran más fuertes y supo en ese instante que no había tomado su medicación.

—Mamá, vamos abajo —dijo la chica con nerviosismo porque sabía lo que desencadenaría la falta de medicamentos en el organismo de esa mujer menuda y apagada—. Te haré la cena e iremos a dar un paso —se levantó de la cama dejando a un lado su libro y la tomó delicadamente de la mano, al igual que cuando recoges un vidrio de una botella rota que ha caído al suelo, con precaución.

La mujer no puso resistencia alguna al principio pero con cada paso que daban fuera de la estancia comenzó a murmurar palabras sueltas de algún idioma desconocido, a Deva le pareció ruso, pero la chica sabía lo mismo de ruso que de matemáticas, es decir, absolutamente nada.

Su madre pataleó, gritó, la arañó, incluso llegó a morderla para que la soltase, sin embargo la chica no cedió. Con tanto zarandeo, su cabello rubio se desprendió de la coleta baja que se había hecho para tener una mayor comodidad a la hora de leer.

Su mayor error fue romper el contacto con su madre para apartarse el pelo de la cara. La mujer aprovechó el momento para tirar a su hija al suelo y sacar un cristal, que parecía sacado de algún espejo, escondido debajo de su manga.

Ambas forcejearon. Deva debajo de su madre se movía para todos lados evitando el filo de la pieza. Sigrid, colocada encima, aunque aparentaba fragilidad se mantenía contundente en la tarea de agredir a su propia hija. Sus ojos inyectados en sangre la miraban con furia pero el arrepentimiento podía entreverse con cada movimiento.

—No te rindas nunca, p'tite louve, o mamá te hará daño —le dijo pasando el cristal por su antebrazo, haciendo caer un hilo de sangre en la cara de la chica.

Dev no podía ver nada ya que varias gotas de líquido escarlata habían caído en sus ojos. Justo lo que Sigrid pretendía. La tomó con la guardia baja y consiguió acertar en su mejilla. Al notar como se clavaba en su mejilla derecha la punta del objeto, Deva hizo el amago de levantarse pero Sigrid fue más rápida y la inmovilizó por completo.

—Mi trabajo todavía no está acabado. Déjame finalizar mi mejor obra de arte —susurró con sorna sobre la cara de Dev.

Esta solo podía gritar y gritar, esperando a que alguien llegase a socorrerla, pero se encontraban solas en casa. Su padre tardaría al menos diez minutos más en llegar y su hermana se encontraba en el jardín trasero con los auriculares puestos mientras terminaba algún cuadro.

La sangre resbalaba desde debajo de su ojo hasta su mentón, goteando sobre la blanca moqueta que adornaba el suelo de su habitación. El dolor era indescriptible y Deva temía que hubiese dañado algún tendón pero Sigrid parecía completamente segura de lo que hacía, como si no fuese la primera vez que marcaba a alguien.

Su vista comenzó a nublarse y sus cuerdas vocales ardían del esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo por ser escuchada. No fue hasta que escuchó el ruido de la puerta principal siendo cerrada que Sigrid no se quitó de encima.

Elm, el padre de Dev y Zenda, subió aterrado al piso de arriba por los gritos que emitía la pequeña de sus hijas. Su cara se deformó cuando vio lo que su mujer había hecho pero ella ya no atendía a nada, había vuelto a su estado casi vegetativo. Elm se agachó a socorrer a su hija y llorando, le pidió perdón innumerables veces. Ella apenas podía percibir lo que su padre decía ya que se encontraba en un limbo entre la inconsciencia y mantenerse despierta.

Notó como su padre limpiaba la herida de su cara y la dejaba tapada para evitar una infección. La dejó sentada en la taza del váter mientras iba en búsqueda de la mujer a la que alguna vez le juró amor incondicional. Escuchó los reclamos de su padre y como Zenda lloraba por no haber hecho nada. No podía entender nada y aún así supo que las palabras que intercambiaban no eran nada bonitas. Zenda lloraba, su padre gritaba y su madre callaba.

Hasta que de repente el olor a quemado comenzó a inundar la vivienda. Poco después de eso escuchó un disparo, dos e incluso tres. Quiso levantarse, de verdad que lo intentó pero se encontraba débil, tanto que le flaqueaban las piernas y sus ojos se cerraban. Tuvo que agarrarse al lavamanos para no caer de bruces contra el suelo.

Distinguió un grito de dolor que provenía de la parte de abajo. Zenda. Su padre intentó evitar que se repitiese lo que había provocado aquel grito. Deva lo escuchó, pero el estruendo de un arma de fuego siendo disparada lo opacó por completo.

A trompicones, pudo salir del cubículo al que llamaban baño. Sus pasos eran inestables, le dolía todo el cuerpo cada vez que sus pies descalzos avanzaban sobre la moqueta. Debía ir apoyada a la pared, restregando su cuerpo contra esta para poder continuar hacia su destino. Poco a poco.

Finalmente llegó al inicio de la escalera y escuchó claramente la voz de su madre hablando otra vez en ese desconocido idioma, a la suya se le unieron cuatro... No, cinco voces más. Tres hombres y dos mujeres. Sí, Dev lo recordaba.

Cuando quiso avanzar más para intentar tener una vista panorámica de lo que estaba sucediendo, trastabilló y cayó rodando por las escaleras. Lo último que recuerda antes de que las llamas consumieran su casa y los cuerpos inertes de su padre y de su hermana son las palabras de su madre antes de caer tendida a sus pies.

—Recuerda que la Luna siempre será tu mayor aliada. No confíes en nadie más, p'tite louve

Dev ni siquiera sabe cómo pudo escapar en su estado de aquel asesinato enmascarado con un incendio pero sí sabe que no descansará hasta encontrar a quiénes lo hicieron.

Las respuestas de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora