"Los restos del naufragio permanecían en el arrecife, esparciendo cada noche parte de su horripilante carga."
La bruma se desliza furtiva sobre la superficie del mar. Los nubarrones tapan la luna y las estrellas, la humedad flota en el aire, los rayos parten el firmamento. Allá, en la línea del horizonte, una extraña luminiscencia acaricia las rocas y el eco del trueno rezumba en las entrañas de la tierra. El mar está embravecido, las olas se estrellan de lleno contra el arrecife, salpican con violencia mientras la espuma intenta triturar las rocas. Las burbujas se menean en un inquietante vaivén, temerosas de la reptante oscuridad que se oculta en el viejo galeón español.
Al fijar la vista en la profundidad de la espesa niebla, puede vislumbrarse al fondo, una estructura de madera: Un viejo barco encallado, asomado por el litoral. Perteneciente a una época pasada que ya nadie recuerda, que no alcanzó registro en el papel. El resplandor del cielo enmarca el funesto mausoleo, rinde homenaje al carcomido navío .
Ha soportado tormentas y huracanes. Impertérrito a las inclemencias del tiempo, se sostiene entre maderos rotos y tablones vencidos. Algunos trozos de telas todavía cuelgan de los mástiles, el viento nocturno suele agitarlos con vehemencia, los emblemas, que en un tiempo remoto surcaron los mares, se han perdido en la roída y deslavada vela. La proa se inclina hacia abajo, y la niebla esconde con celo los secretos perdidos en la popa. Le cuesta trabajo, porque una enorme y profunda boca se abre en el casco del barco. Las sombras guardan arcaicos objetos consagrados a la locura, sonidos indefinibles que de vez en cuando escapan, como el rechinido de la madera al crujir por el arrullo de las corrientes marítimas. Un eco sordo surge de su interior, porque el agua salada se precipita hacia la negra garganta en donde perderá su cristalina pureza.
La gente supersticiosa del pueblo no se acerca por la zona, no hay paseos en la playa, ni adolescentes tomados de la mano sentados en las rocas, ni siquiera cuando el sol se encuentra en lo alto. La gran tumba marina, como suelen llamarle los ancianos del lugar, está rodeada de leyendas cuentos y mitos, todos ellos supurando horror. Saben que el silencio y la pasividad reinantes son una mera ilusión, una trampa para atraer a los necios e incrédulos. Tratan de ocultar una terrible verdad. En la gran tumba marina, ninguna forma de vida se ha arraigado a sus malditas y corruptas paredes, pero tampoco la muerte se ha unido a la tripulación, negándoles el derecho a morir.
La historia se cuenta al otro lado del océano. Perteneciente a un cruel grupo de piratas, navegaron los mares con una ambición rampante y una auténtica sed de sangre. Sus matanzas impías, rodeadas de desviaciones morales, se hicieron famosas en el viejo mundo. Vagaron por el Caribe y el Atlántico, incluso se llegó a avistar en las inexploradas tierras de África, ahí donde los nativos cantan a la noche entre convulsiones, y donde la sangre se usa como moneda de cambio.
Ver su bandera ondear en altamar era un vaticinio de muerte. La palabra salvaje adquirió nuevos significados en el brillo centellante de sus sables. Sus cañones escupían fuego y plomo, las columnas de humo se elevaban en lo alto de los mástiles como tentáculos agitados por un Kraken.
Pero una noche fueron cazados por la Armada, y antes de darse cuenta fueron rodeados y bombardeados por tres enormes buques de guerra. Ardientes balas de cañones atravesaron el barco, los enseres y los cuerpos. Los maderos reventaron en astillas y la maldita tripulación pereció a la luz de la luna. Inexplicablemente el barco no se hundió, a pesar de las múltiples perforaciones en el casco. Flotó hasta encallar en la línea del litoral. No hubo sobrevivientes, los infantes de marina españoles se aseguraron insertando sus sables en el corazón de los nefastos bellacos. Sin embargo, la maldad impregnada en sus cuerpos corrompió su sangre, mordió su carne y la arcana malicia de un espíritu, el cual, se dice, vendió al diablo, un tercio de la tripulación. Y eso les negó la posibilidad de morir.
Y ahora, cuentan por ahí, que justo en noches como ésta, la oscuridad del barco escupe un engendro de los que habitan la nave: Cuerpos en franco estado de descomposición, con las pieles y músculos colgando, despiden un olor a podrido y a agua estancada; con los ojos hundidos o reventados, vierten un líquido amarillo y grumoso por las cuencas; cojean o se arrastran lejos de las garras de su maldición, buscando carne fresca que sacie su voraz sed de sangre, pero sobre todo buscan nuevos miembros para la tripulación.
No conservan recuerdos de su vida pasada, tampoco identidad propia. Las algas escurren entre sus ropas, algunas se han pegado a su cerebro. Al pasar por la playa, dejan sinuosas figuras sobre la arena, un rastro de limo resbala por sus cuerpos, producto de la humedad secular a la que han sido sometidos. Los dientes, verdosos y picados, sobresalen en su rostro con una feroz mueca de dolor y sufrimiento que sólo puede aliviar el grito o llanto de algún inocente. Los pocos ojos que quedan en su lugar, están cubiertos por una película lechosa que les da un aspecto de ceguera. Deambulan con los brazos estirados en busca de una víctima que no haya escuchado su torpe venir. Renquean toda la noche, incansables, infatigables. No se internan en el bosque, pasean por los linderos, les cuesta moverse entre los árboles. Pero eso no es en absoluto una garantía. Varias personas del pueblo han desaparecido al internarse en la espesura, y nunca se les ha vuelto a ver... Por lo menos no con vida.
Rumores ociosos juran haberlos visto, caminando en la playa, bajo la lluvia, con la mirada perdida y un gesto de agonía tatuado en el rostro, con heridas a lo largo del cuerpo y la ropa hecha jirones.Por eso nadie va ya por esos lugares, temen ser sorprendidos por un castigo divino de doble filo. No quieren encontrarse con un conocido, o peor aún, con algún ser querido. No desean saber en lo que se han convertido, y prefieren la misericordiosa mano de la incertidumbre... Pero sobre cualquier otra cosa, les aterroriza ser una semilla, porque esa es la única forma en que se puede cosechar la tumba.
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Paranoico
TerrorColección de cuentos que mezclan la oscura fantasía y la inquietante realidad. El amor de una hija, el final de una abuela, cosas que aparecen en el cielo y nadie tiene idea sobre lo qué son o su origen, playas de aguas cristalinas donde nadie quier...