Ruido en la noche

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"No es sólo el viento. No está todo en tu cabeza. Y definitivamente es algo de qué preocuparte".

Muchos de mis amigos, conocidos y familiares continúan preguntándome porqué padezco de insomnio, a pesar de los innumerables remedios y consejos que he recibido a lo largo de los años. Yo, simplemente sonrío e imito sus rostros llenos de incredulidad, como si no supiera qué es lo que sucede. Pero cuando llego a casa, me quito la pesada máscara de hipocresía, contemplo cómo las arrugas dibujan sus finas líneas en mi frente, cómo las ojeras cuelgan opacas bajo mi cansina mirada.

Y es que dudo que exista alguien que pueda comprender el motivo por el cual paso las noches en vela desde hace tiempo. Para ser sincero, nunca se lo he explicado a nadie. No soy tan imprudente. Estoy seguro que nadie me creería. No los culpo ¿CÓMO PODRÍA? Cuando, aunque siendo testigo de primera mano, reacciono con el natural escepticismo que profesa cualquier persona sin profundos conocimientos o educación. Ni siquiera sé cómo contarlo o por dónde empezar, no poseo prueba sólida sobre el asunto, tampoco tengo una explicación con sentido o posible, de lo que me acecha por las noches en mi habitación, y me impide dormir.

Todo comenzó cuando me mudé de la casa de mis padres, a un cuarto en renta en un hostal, en la parte central del pueblo de Osto. Un lugar apacible, con vecinos discretos y calles limpias. Además, me quedaba cerca de la notaría en la que trabajaba como escribiente. El precio de la habitación me pareció bastante razonable cuando supe que incluía el desayuno, la utilización del baño del tercer piso, sin mencionar la vista de los acantilados.

Mi sueldo podía pagar mi cuota con bastante holgura. Me sentí con mucha suerte de disponer un cuarto por tres monedas de oro. Claro que no todo era perfección, me veía obligado a subir un par de pisos por una angosta escalera cuyos peldaños crujían bajo el peso de una pluma, por lo que escucharlos ante el paso de los otros huéspedes podía resultar un tanto engorroso por la noches... Pero como iba diciendo, la vista era espectacular, las ventanas se abrían sobre los techos de la ciudad. A la izquierda se divisaba el comienzo de la inmensa muralla de Osto, que hacia un siglo había defendido la ciudad al rechazar una invasión nocturna. El sol solía esconderse en un peñasco en el centro, a un costado de los acantilados, las almenas se encendían y su resplandor cubría las calles, expulsando a la oscuridad fuera de la cúpula de la ciudad.

Lamentablemente, sé de primera mano que la luz no es suficiente, existen cosas que no temen al resplandor en la noche, susurran en la oscuridad y nos vigilan en espera del más mínimo descuido. Lo digo así porque me inviste la autoridad de la experiencia.

Los primeros meses todo transcurrió dentro de lo normal, todo encajaba en su lugar. No obstante, la vida mansa plantada a mí alrededor pronto fue arrancada para sumirme en una vorágine de miedo y confusión. Poco a poco comencé a notar algo raro en mi forma de conciliar el sueño. Tardaba más que de costumbre, siempre he sido bastante regular en ese aspecto, me revolvía agotado entre las sábanas, en tanto que el aire frio silbaba por debajo del marco de la ventana, y helado se introducía por la apolillada madera para retozar entre las rojas cortinas de gamuza. La oscilación iba de un lado a otro a un ritmo frenético. Mi garganta se secaba y los accesos de tos me asediaban sin control. Las cobijas ya no eran suficientes para mantener el calor y algo en el interior de mi estómago se revolvía, regurgitaba un sabor amargo que me quemaba la boca. Un suave silbido viajaba entre los durmientes del techo. Pensaba que todo estaba en mi cabeza. De hecho, ninguno de estos fenómenos era extraño, pero no lo sé, algo en mi interior me decía que todo estaba mal, fuera de lugar, como una presencia sobrenatural, maligna pero invisible, flotando en el aire, aunque no podía definirla ni demostrarla. En ciertas ocasiones he llegado a pensar que "aquello" salió de mi mente. Imagino que es mi creación: de tanto pensar en los ruidos y en el vacío, que yo lo he traído a la vida. Y cada noche lo alimento un poco más. La verdad es que no sé cómo detenerlo.

La primera víctima de mis lóbregos pensamientos fue el inquilino de abajo. Cuando me enteré de su muerte no me sorprendí, menos cuando supe que fue por la noche mientras dormía. No han determinado la causa de su deceso, creen que es una extraña enfermedad que nunca antes habían visto. Esa noche, creí ver entre sueños, un par de ojos rojos que me observaban desde un rincón. Ustedes pueden llamarlo casualidad, o no, yo por mi parte no creo en la suerte. Imagino, y esto son puras conjeturas mías, que mientras uno perdía la vitalidad, el que se la chupaba se volvía más visible, más corpóreo. Soy capaz de entender la causa y el efecto, y no puedo dejar de sentir un escalofrió que me recorre la espalda de arriba abajo.

Cuando murió el inquilino del piso superior supe que no lo soportaría más. Hui de aquella maldita posada, lo hice junto a los otros inquilinos, todos temerosos de alguna enfermedad contagiosa.

Mi partida no generó sospecha. La noche anterior, antes de partir, y nuevamente entre sueños, alcance a vislumbrar la silueta de aquel ser alzándose casi hasta tocar el techo. Nunca olvidaré el destello escarlata de sus ojos, mirándome perversamente. Me odia, lo sé, y no puedo hacer nada. Creo que por el momento no intentará nada contra mí, todavía no. Sería un suicidio atacar a su creador mientras no posea la fuerza necesaria, un riesgo que no está dispuesto a correr.

Sigo sin poder dormir, porque a pesar de haberme cambiado de lugar en más de cinco ocasiones, la estela de muerte dejada tras mi paso, es mi triste legado a la ciudad.

A donde vaya, el ruido en la noche, ese maldito silbido sordo, me acompaña, tal y como mi sombra me acompaña por los días. Me ha sido imposible deshacerme de "aquello", y créanme, lo he intentado todo. Supongo que entre más tiempo pase, más difícil será librarme. Ha dejado de ser un mero reflejo de una efímera existencia, y aunque sea invisible, es tan real como tú o como yo. Ahora sé que me sonríe con una atroz mueca de confianza, espera el momento indicado para ser libre.

Es por eso que no puedo dormir, mi insomnio es voluntario, porque el día que duerma no sé si podré despertar de nuevo.

ParanoicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora