Capítulo 8: Demente.

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Una centella se dibujó a lo lejos dividiendo el cielo, en el mar, divagando en el tiempo, la lluvia comenzaría pronto, tan cambiante, como ella. Ese cielo comenzaba a despejarse por partes, no recordaba si aquella sería una noche con luna o sin ella.

Tendría que aprovechar ahora, no podía tantear la suerte.

Observo sus desnudas manos, magulladas de la última pelea en el bar, rasgo su playera, con las tiras envolvió sus puños, primero uno y luego el otro, sin perder de vista el objetivo, antes de cerrar la chamarra de cuero hasta arriba y cubrirse la cabeza con la capucha.

Estiro su cuerpo, movió sus manos dando pequeños saltos y luego puños al aire.

Una sonrisa en aquel inexpresivo rostro era un preludio para cuanto disfrutaría esta matanza.

Psicópata conducta, falta de empatía, de sentimiento de culpa, esa impulsiva actuación que la llevaría a una lucha cuerpo a cuerpo en busca de la adrenalina que su cuerpo cotizaba como una droga que la mantenía con vida.

Con aquel aspecto gracioso, bajo la chaqueta de hombre, con esa estatura promedio, pero había tomado una de las chaquetas del jefe, de las que no utilizaba.

Demasiada graciosa para la vista.

¿Quién podría identificar a Silvara con aquel aspecto?

Continuo su camino entre las sombras, era parte de ellas, no temía, qué más daba, no conocía otra forma de vida.

Jugueteaba con el cuchillo de su mano, acostumbrándose al balance de este entre sus dedos. Sus pasos dibujaban con intrépido equilibro los movimientos de su cuchillo que en pocos minutos despacho a los centinelas que franquearon su camino.

La voz de alarma no llego a darse, pero su presencia no pasaba desapercibida. Uno tras otro apenas comprendían lo ocurrido antes de recibir un corte en el cuello.

Sangre salpicada en su rostro sonriente que tarareaba una melodía infantil.

Cuan loca esta persona que minimizaba la vida de sus adversarios.

Tres, cuatro, tan pocos, decepcionada se lanzó contra ellos, pocas cuchilladas dejándolos en el suelo, ataco por detrás, por los lados, desde abajo, acuchilleó sin demora, sin titubear.

Uno y otro cayeron al suelo mientras comenzaba la lluvia y los relámpagos iluminaban el cielo.

Se acercaban.

Las gotas de agua comenzaron mezclarse con la sangre derramada, sus manos manchadas sujetaban fuertemente las cuchillas, su rostro se limpiaba poco a poco, aunque pequeñas gotas carmesí aún permanecían como pecas adornándola.

Inhibida de sensaciones como la pena o el dolor, le falto interés en todo su rastro dejado. Prosiguió, confiada, no quedaba ninguno para resguardar la puerta, deshaciéndose de las cuchillas tomo las pistolas de los muertos, las reviso antes de guardarlas en su ropa.

Cuanto disfrutaba, olvidando incluso el propósito de su presencia allí. Influida por esa sensación de placer que la envolvía como una adicción.

¿Drogas?

No las recitaba, eran nocivas para el cuerpo, uno que experimentaba con las emociones que le brindaba situaciones como esta.

Continuo lentamente rodeando el edificio, miro cuidadosamente, una escalera de incendios destartalada era el único medio para llegar al segundo piso de aquel almacén.

Conto diez hombres al mismo tiempo que los truenos se acercaban más y la lluvia insistía en ocultar los sonidos. Ahora sus manos mojadas de la lluvia y la sangre mescladas eran un recordatorio de como la tela se volvería más carmesí en poco tiempo.

Un contenedor de carga en el medio del desolado almacén permanecía fuertemente custodiado, no había que pensarlo mucho, las mujeres debían estar ahí, sobre todo por los fuertes golpes que provenían de dicho lugar.

Un estruendo y luego otro.

Seguido por el rechinar de los neumáticos.

Alguien más llegaba.

Podrían ser más de estos tipos o la gente de la Torre.

No esperaría a confirmarlo, era demasiado peligroso.

Lanzándose de a lleno por el peligro desde su posición disparo, al caer el primero siguió un segundo antes de que se resguardara en la lluvia de disparos que continuaron.

Las luces fuera del almacén se mezclaron, entre las de los autos y los truenos. Voces que se acercaban, no eran los de la Torre, la alarma disparo, localizaron los cadáveres.

Tampoco es que hiciera algo como para ocultarlos.

Con una pistola en cada mano se incorporó y disparo, corrió por la estrecha barandilla hasta la escalera, desde esa posición disparo y disparo, hasta quedar sin balas.

No sintió ni cuando uno de los disparos contrarios le rosó un brazo.

Satisfecha, fue un diez vs uno, solo ella de pie, se acercó al contenedor, pego la oreja y escucho, los golpes se habían detenido, pero podía escuchar susurros y llanto.

Si, las Juguete se encontraban bien guardadas.

La puerta del almacén se abrió de la nada, quedando esta al descubierto con su desaliñado y cuestionable aspecto.

Cegada por la luz fija de los autos tras los recién llegados.

- ¿Quién eres?

¿Quién en su sano juicio le preguntaría eso a quien realizo una masacre?

Tontos

Dispuesta a huir disparo al azar.

Uno.

Luego otro.

Seguido por una lluvia de balas destinadas para ella como respuesta. Heridas que no sentía, rasguños que le sacaban una sonrisa, la siempre arrojada seguía inhibida en su frenesí desequilibro pensando solo en como matarlos a todos.

No importaba quienes eran.

Como respuesta solo utilizo el mismo contenedor para cubrirse.

Quedo quieta por un segundo mientras se resguardaba.

Tonta, ahí estaban las juguetes.

Lastima.

Pero el sonido de sonido del impacto dio inicio a una serie de gritos de las que dentro se encontraban, pero los gritos eran de miedo, no de dolor.

Era blindado.

Nada mal.

Minutos pasaron, los disparos disminuyeron, las delicadas y magulladas manos sujetaron fuerte las pistolas, repitió su rutina y cargo contra ellos, suicida y arrojado.







La verja fue rota, arrancada de un tajo cuando la camioneta negra de los Rivas atravesó hasta el embarcadero, a Teo Rivas le daba lo mismo su juguete, era una más.

Pero nadie tocaba lo de los Rivas.

Recibir una llamada de Tabitha y luego otra de la Torre solo lo agitó más en la guerra de venganzas en las que vivían las pandillas, el primero que reclamara la mercancía era el primero que se hacía del territorio, siempre fue así, ahora algún tonto trataba de tomar su zona.

Bajo del todoterreno tirando la puerta.

- Busquen por el perímetro, desháganse de todo aquel que estorbe y esperen. Que la gente de la Torre haga el trabajo sucio.

Sabia donde no meterse, la Ley la dictaba otro, mientras él la infringía bajo la mirada ciega de este.



Sr. NueveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora