Consigna 6 (23/8):

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Consigna: buscar la pequeñez de lo bello dentro de los grandes horrores.

Escrito:

Alex amaba la fotografía desde pequeño. Apenas aprendió lo que era sacar una foto, no quiso dejar de hacerlo. Empezó con sus juguetes, sus amigos, su familia. Siguió con su escuela, las casas, los parques. Avanzó poco a poco con los paisajes, desde una foto desde la ventana del auto en la ruta, hasta la vista de una ciudad que consiguió en un viaje escolar a una zona montañosa. Fue ahí cuando lo supo. Las ciudades le quedaban pequeñas, necesitaba más. No por tamaño, sino por importancia. Edificios, calles, un atardecer... eran cosas de todos los días, y ninguna despertaba esa emoción en su interior, ya no más.

Las nubes dispersas que se asemejaban a un dibujo cuyo pincel estaba casi seco. El reflejo del sol al atardecer, en la última ventana del edificio más alto. La arboleda con hojas de tonalidades verdosas, naranjas, marrones y hasta rosadas a juego... Todos intereses del pasado. Sus fotos fueron incrementando su nivel, tanto en habilidad como en la aventura para conseguirlas. Algunas no parecían tan extremas, como la de un lobo de las nieves junto a sus cachorros mirando fijamente al oso polar con el osezno en su espalda, tan solo a unos metros de distancia. Otras eran criticables, como la de la viuda negra tejiendo una telaraña entre sus propios dedos. Algunas ni siquiera podían verse, principalmente por que el ambiente eran aguas marinas profundas. Al menos la luz de ese pez linterna alcanzaba a iluminar sus afilados dientes como piraña, que sino parecía tan solo una luz pequeña y dos enormes ojos amarillos en medio de la oscuridad.

Esa semana estaba en una de sus tantas aventuras por nuevas, y no sobra decir peligrosas, fotos. A su disgusto, principalmente por su odio a recibir órdenes como si de un infante se tratara, debía ser acompañado por expertos para no perderse dentro de la extensa selva amazónica. Se mantenía siguiéndolos callado y en calma. Todo sea por cumplir su meta. Hacía unos diez días atrás, el destino (o mejor dicho el zapping) lo llevó al canal de animales. ¿Quién diría que un documental sobre serpientes podía llamarle tanto la atención? No fue por sus ágiles movimientos a la hora de treparse a los árboles, ni los patrones esmeralda en su piel. Fue su bostezo. Era... ¿Cómo explicarlo en una palabra?... Peculiar. Para cuando se dio cuenta, uno de estos maravillosos especímenes estaba a más que la distancia prudente de él. Una que su avanzada lente consideraba tan simple, como lo es una  dibujar un círculo a un compás. Se separó unos tres pasos de grupo, por comodidad, y esperó el momento perfecto. 

Segundos, minutos... no calculó el tiempo. Podrían haber pasado horas y él no le habría dado importancia. Finalmente la boca del reptil comenzó a separarse, las zonas derecha e izquierda se extendían en direcciones opuestas, casi como si estuvieran dislocándose, y tanto su lengua como su enormes colmillos quedaban expuestos unos pocos segundos. Clic. El botón de su cámara capturó la impresionante escena. Clic. Uno de los acompañantes apretó el gatillo de la escopeta, evitando así que el sigiloso reptil que trepó por una de las piernas del fotógrafo hasta envolver su torso, hiciera polvo el futuro de su carrera, y sus huesos.

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