CAPÍTULO 9: Un pequeño favor

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Valeria:

¡Bip bip bip! Un desagradable sonido me sacó de mi estado adormilado. Pegué un brinco y me incorporé en el sofá. Después de almorzar me había sentado en el sofá para leer los apuntes de las clases de esta mañana y sin darme cuenta me estaba quedando dormida, pero por suerte, me había puesto la alarma a las 4 de la tarde para ir a trabajar, aunque mi turno no empezase hasta las cinco y cuarto. Así no llegaría tarde al trabajo el cual me encantaba, no solo por el buen ambiente o por el compañerismo que había entre los trabajadores, sobre todo con Guillermo, que nos habíamos llevado bien desde el momento en el que nos conocimos sino que me pagaban bien, muy bien, mucho mejor que en mi anterior trabajo. Así que en cuanto que me lo dieron, me hice prometer a mí misma que haría todo lo posible para conservarlo, eso implicaba no llegar tarde. Y por si algún día me ocurría, el piso estaba bastante cerca como para llegar en menos de cinco minutos.

Dejé los apuntes que había cogido hoy en clase de biología sobre la mesa, subí a la planta de arriba y me metí en el cuarto de baño de mi nueva habitación para darme una ducha refrescante. Había elegido la habitación que estaba más cerca del baño.

Cuando salí de la ducha elegí entre la poca ropa que me había dado tiempo de
trasladar hasta aquí y me decanté por unos vaqueros azules pitillos, una blusa fina de color crema y unos tenis blancos. Miré la hora y solo había transcurrido media hora. Todavía me quedaba bastante tiempo así que lo aproveché para seguir repasando los apuntes de biología. Me extrañé al ver que Valentina no había llegado de la universidad, aunque segundos más tarde recordé la nota que escribió por la mañana advirtiendo de que almorzaría fuera.

Mi plan de vida era que, mientras me sacaba un dinerillo extra para pagar el piso y la universidad, trabajando como camarera, estaba estudiando para sacarme el título de veterinaria. Adoro a los animales y desde una temprana edad ya tenía claro que quería trabajar cerca de ellos.

¡Las cinco! Me puse en pie, desconecté mi nuevo móvil de cargar, agarré las llaves del mueble de la entrada y me metí en el ascensor rumbo al trabajo.

Salí del portal, y me dirigí a la cafetería. Ya estaba empezando a hacer el calor
veraniego habitual de Madrid. Pronto me iría con las chicas a su casa de la playa a pasar las vacaciones. ¡Me moría de ganas!

Al poco tiempo llegué a mi trabajo. Como todos los días, entré en la habitación de
empleados, solté en mi taquilla mi bolso de mano donde solo llevaba el teléfono y las llaves del piso, me puse mi delantal negro y salí fuera a la barra para ponerme manos a la obra. Debía limpiar las mesas y colocar las sillas del exterior. Hoy había llegado demasiado temprano y solo estaba Guillermo porque era él el encargado de abrir la cafetería esta semana. Se acercó y se colocó al lado mía.

- ¿Podemos hablar? - lo dijo flojito, como si no quisiera que se enterara nadie y miró a ambos lados de la calle para asegurarse de que no hubiese alguien caminando por la acera.

- ¿Por qué tanto secretismo? no hay nadie cerca, estamos solos - respondí.

- Ven conmigo - me agarró del brazo y me llevó a la habitación de empleados. - Llevas varios días trabajando aquí y me caes bien. Me da la sensación de que puedo confiar en tí.

- Sí, claro que puedes. ¿A dónde quieres llegar con este discursito Guillermo? - Solté cruzándome de brazos.

- Necesito que me hagas un favor. - Lo miré fijamente a los ojos y vi que él estaba haciendo lo mismo. Su cara estaba seria y las manos le sudaban.

- Dime, ¿de qué se trata? - pregunté con curiosidad.

- El otro día tuve un pequeño accidente con la moto, no me ocurrió nada grave, pero tuve que llevar la moto a arreglar y me acaban de llamar para que vaya a recogerla. ¿Podrías cubrirme?- vaya, este chico no habrá hecho pellas en su vida.

Amigas de la misma sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora