El amor de un padre no se extingue jamás

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Beatitud y belleza que sobrepasa lo terrenal y poco conocido de los confines del egoísmo. Tierra de diamantes refulgentes y canciones de eterna gloria, brisa de melodías de la brisa y eternas oraciones de añoranzas, árboles tan altos como los cielos sin mancha y frondosos como los sueños, montañas tan altas que sus coronas alcanzan el hermoso firmanento. Esta era una tierra que prometía la salvación de la obscuridad, del llamado Melkor.

¿En aquella ocasión algún Elda o Maia, incluso algún Vala, pensó en el dolor e impotencia de un Noldo tan solitario y desdichado como lo fue Fëanor? La respuesta era más que obvia.
En aquel entonces, incluso en el presente, es más fácil culparlo por orgulloso y precipitado, en lugar de un hijo en duelo que, cegado por la ira e impotencia del atroz crimen, arremetió contra la obscuridad.
Para él ya nada tenía sentido.
Sea por egoísmo o destino, Fëanor sufrió más de una perdida en tan lamentable día de obscuridad y de perpetua traición que prometieron los Valar cuidar.
Según se dice entre los Noldor, el amor de un padre consumido por la pena y el dolor por su amada fallecida, que no abandonó jamás el brillo de sus ojos, no dejó a su amado hijo, aún por sobre el dolor del duelo. Ya que su hijo, recién nacido, era el último recuerdo de su amada; Míriel Serindë.

En algunas ocasiones, el amor y lealtad no bastó para ahuyentar a la obscuridad...
"Pero yo te seguiré amando."

Ese es el castigo que Fëanor aprendió aquel fatídico día

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Ese es el castigo que Fëanor aprendió aquel fatídico día.
"No quiero aprender ni recordar el amargo sabor de la soledad."

Aquel día en que lo perdió todo.

Del dolor de FëanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora