Capítulo 9; Venecia

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Cuando alguien que no conoce el privilegio de la mente es unido con quién sí lo hace y lo maneja a la perfección, el caos reinará colmando los cielos en penumbra.


Si Jane era capaz de infringir daño a quien lo merecíese, Alex sería capaz de remediarlo. Pero si la mujer no sabía aún cómo controlar el don que se le había sido otorgado, reinaría el dolor por mucho tiempo antes de que pudiesen ver una gota de sol en sus orbes oculares, porque tenían tanto miedo de sí mismos, que el simple hecho de rebuscar en lo desconocido les parecía simplemente abominable.

El cuerpo de una chica que había sido la causante de muchos dolores ajenos pasados y actuales yacía temblando de frío en una cama forrada en sabanas limpias, el calor que acostumbraba emanar de su cuerpo había desaparecido notablemente, siendo reemplazado por una sensación de brisas secas que permanecían en cada parte de su cuerpo. Sufriendo terribles escalofríos y parpadeando con dificultad, nunca había sentido algo parecido.

Callen no acostumbraba despertarse con ánimos de realizar ninguna actividad productiva, solo amanecia por básicamente inersia y esperaba esperaba lo mejor, no hacía nada que pudiese crear algún tipo de elogio para sí misma ni algo que despertara malas voces, no solía hacer nada.

Pero, cuando uno ama, las mañanas parecen envolverte cada día en mantos finos de melodías dulces y pétalos cubiertos de miel, al amanecer y anochecer, los días lucen más placenteros y crees tener vagos espejismos de objetivos diarios; a Jane le ocurría eso mismo.

Cada mañana desde la llegada del joven, se levantaba exasperada por sus pesadilla nocturnas y aún algo conmocionada, pero el simple recuerdo de la imaginaria sonrisa de Alex que había creado en su mente la hacía reír mentalmente, impulsándola así a comenzar un nuevo día.

Pero maldito sea el día en el que decidió salvar una vida ajena, en el que decidido intercambiar un fragmento de su podrida pero necesaria alma por otro ser vivo, por el hermano de su amante.

Pues ella así lo sentía, cada pulsación que emitía su corazón era como una estaca de metal, recordandole a cada segundo el gran error que habia cometido, en lo que se había sumergido.

Incapaz de cometer un simple movimiento, sus músculos entumecidos y los bordes de sus ojos rebosantes de ácidas lágrimas, dolorosas y sutiles.

Recordó en fin las palabras de una de sus maestras, y con voz quebradiza suplico una plegaria.

Muchas personas encuentran refugio en la religión, depositan sus pesares y deseos en las manos de un ser al que llaman "Dios". A Jane siempre le pareció bastante ridículo dedicar su vida a eso como las monjas y sacerdotes lo hacían pero creía ciegamente en el poder de aquel Dios al que tanto odiaba.

¿Donde estuvo Dios cuando rasguñaba sus propias manos hasta que sagraban cuando su ansiedad la consumía? O cuando se retorcía entre gemidos de dolor cada noche gracias a sus terribles pesadillas, o el día que su hermano murió ¿Acaso no escucho sus gritos?

Pero nunca dejo de creer en él, pues cada noche se arrodillaba en la orilla de su cama a rezaba por su hermano y por las personas que alguna vez llamó familia, rogaba por el perdón de sus actos malvados, pedía al cielo una oportunidad de redención que nunca llegaba.

Sabía que iría al infierno, y no le importaba en lo absoluto. Toda su vida había escuchado de ese horroroso lugar, siempre le interesó como el suicidarse te condenaría, y por eso cada vez que juntaba sus palmas para rezar sabía que no serviría de nada, pues las cicatrices que habían en sus venas y que acostumbraba cubrir con pulseras le recordaban que su entrada al paraíso ya estaba denegada.

The Dust In Your Eyes [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora