Capítulo N°2: Y es aquí dónde me acabo de complicar la vida.

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Mi cuerpo se debilitaba rápidamente, no escuchaba muy bien lo que me decía, su voz se escuchaba lejos a pesar de tenerlo tan cerca.

— ¡¡¡Oye!!! ¡¡¡Ey!!! — gritó con notable desesperación al tiempo que me daba continuos golpecitos en la cara al percatarse de que estaba perdiendo el conocimiento — ¡¡¡Ey!!! ¡¡¡No cierres los ojos!!! ¡¡¡Quédate conmigo!!!— tomó mi muñeca y presionó sus dedos contra ella, estaba tomando mi pulso — ¿Cómo te llamas? — preguntó — No debiste de haberte quitado el casco, eso te protegía— ¿en serio me estaba regañando en un momento así? — Por favor no cierres los ojos.

Tragué grueso con las pocas fuerzas que me quedaban.

Traté de centrarme en el armonioso, pero ahogado sonido de su voz y en lo que me decía.

No quería desmayarme.

Él me seguía hablando, pidiéndome desesperadamente que no cerrara los ojos, que me quedara con él.

Yo apenas y lo escuchaba.

Inhalaba y exhalaba minuciosamente tratando de disminuir el mareo.

— Llamaré a una ambulancia.

¿Ambulancia? ¿Hospital?

No, no, no, no... odio los hospitales. Son mi última opción. Literalmente. No iré al hospital.

Con todas mis fuerzas, que para aquel entonces no eran muchas, moví mi mano hasta su brazo y lo jalé, diciéndole nada más que con la mirada y el gesto que no quería ir al hospital.

— Escucha, tengo que llevarte al hospital ¿de acuerdo? Estás pálida, al borde del desmayo.

Lógico, acababa de tener un accidente ¿Cómo pretendía que estuviera?

— Tenemos que ir al hospital.

Me sentía supermal. Estaba mareada y tenía una fuerte sensación de decaimiento en mi cuerpo, pero supuse que era normal en esa situación, así que no había necesidad de hacerle una visita al hospital.

Cerré los ojos por un momento tratando de entrar en sí y de recuperar el aliento.

— Estoy bien, solo... un poco... mareada — las palabras salieron estropeadas de mis labios.

— ¿Dónde te duele? — preguntó.

— La cadera... la cadera me duele mucho, pero... no creo que... sea nada grave — me retorcí por el dolor — es... es más fuerte en la parte derecha, es que como venías de ese lado...

En ese momento reaccioné completamente y volví a mi postura inicial. Todo esto era su culpa, que no se venga a hacer el socorrista ahora.

— ¡Oye que te pasa! — alcé la voz, y el eco de mi propia dicción me retumbaba en los oídos.

Traté de pararme del suelo, pero se me hacía muy difícil, me dolía un montón el pie y me mareaba muchísimo con cada gesto que hacía.

— ¿Tú estás ciego... o eres bizco? ¿No viste el semáforo? ¡Deberían... de quitarte la licencia para conducir... me pudiste haber matado imbécil!

Me mareé un poco y llevé mis dedos a mi sien con los ojos cerrados tratando de controlar el vértigo.

Él puso sus manos al rededor de su casco y se lo quitó, y como si estuviéramos en una película de Hollywood, yo vi aquella escena en cámara lenta.

PerenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora