Capítulo N°5: Construcción en ruinas.

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Influenciada por el encanto y la tenacidad de mi acompañante, emprendí camino con él a ciegas, sin tener la más mínima idea de a dónde me llevaría.

La noche caía rápidamente por causa de la lluvia, quién conforme pasaba el tiempo se ponía más intensa.

Las ráfagas de viento eran constantes y muy fuertes, por momentos pensé que la moto resbalaría y ese sería nuestro triste final. Estaba muy asustada, pero al parecer mi compañero de viaje no pensaba lo mismo, andaba muy tranquilo y sobrado de confianza, claro que para él no era lo mismo que para mí; después de todo, ese básicamente era su día a día.

Paró en una especie de construcción abandonada, era muy simple y daba la impresión de que se nos caería encima. Tenía escombros dispersados en su entrada. Piedras, barras de hierro y ladrillos, nos daban la bienvenida.

Ander parqueo la moto en el primer piso y subimos por las escaleras. Ya en la segunda planta, me fijé que a mi derecha había un cuarto, de hecho era el único de aquel sitio. Que lugar tan raro.

— ¿A qué vino lo de antes? — pregunté.

— ¿El qué?

Las voces hacían eco.

— Lo de tu alergia a las fresas.

— Ah eso, pensé que dábamos datos sobre nosotros, como de la nada me dijiste tu edad.

—Bueno sí, pero eso fue porque antes dijiste que tenía quince, y no, no es así, tengo dieciocho — lo corregí.

— Una diferencia enorme — soltó una risita — llegamos — dijo cambiando de tema.

— ¿A dónde? — pregunté, ni siquiera entendía por qué subíamos las escaleras, si lo único que necesitábamos era un techo y ese ya lo teníamos.

— ¿Qué te parece? — era la segunda vez en el día que me hacía esa pregunta.

— ¿Quieres que te de mi opinión sobre una construcción prácticamente en ruinas?

Puso sus manos a cada lado de mis hombros haciendo una ligera fuerza para darle la vuelta a mi cuerpo y ponerme de espalda pegada a su pecho.

Mi vista se dirigió hacia el balcón; quién a la distancia dejaba ver un paisaje sencillo pero hermoso. La lluvia caía a cántaros, creando un espectáculo natural que hipnotizaba la vista y los sentidos.

El verde intenso de los árboles se fundía con el gris del cielo y el olor a tierra mojada impregnaba el aire. El sonido de la lluvia al caer sobre las hojas de los árboles y el suelo calmaba mi alma, como una melodía suave y reconfortante.

En el horizonte, las montañas se recortaban contra el cielo gris, mostrando su imponente presencia y añadiendo un toque de majestuosidad al paisaje.

— ¿Te gusta? — una voz gutural y autoritaria me sacaba de la impresión causada por aquel panorama.

— ¿Estás de broma?

Giré sobre mis pies para quedar frente a él.

— Me encanta — le dije mirándolo a lo ojos.

Siendo completamente sincera, ni siquiera el paisaje que acaba de ver me parecía tan bonito ni perfecto como el inusual color de sus ojos.

Él se acercó un poco más a mi, acortando en su totalidad la distancia que nos separaba. Puso sus manos sobre mi rostro y lo comenzó a acariciar, para este punto ya mi boca estaba seca y las manos me comenzaron a sudar. La ansiedad se acumulaba en mi vientre bajo. Su rostro estaba cada vez más cerca del mío al punto de notar la calidez de su respiración en toda mi cara, sus labios a medida que se acercaban a los míos se abrían lentamente.

PerenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora