Capítulo Nº8: La visita

80 10 53
                                    

ANDER MOLINA

— ¿Por qué nunca me llevaste a conocer a tu tío? Llevamos años siendo amigos y resulta que no tengo ni idea de quién es tu única relación familiar relevante. Menuda injusticia, ¿no te parece?

— Otra vez jodiendo con lo mismo, eres como una mosca cojonera que no deja de zumbar en mi oreja. Son las dos de la madrugada, déjalo ya, o harás que me arrepienta de haberte invitado a venir.

— Siempre tan misterioso con tu familia, ¿qué te pasa? ¿No confías en mí o qué? ¡Explícate, joder!

— Déjalo ya, o te juro que paro esta moto y te dejo tirado en mitad de la nada — me enfadé.

Cuando quiere, Gonzalo puede ser más pesado que una vaca en brazos y más insoportable que un pedo en un ascensor.

— Vale, vale, no digo nada más.

Por un milagroso acto divino, se calló.

— ¿A quién se le ocurre viajar en moto durante cinco horas en la madrugada? Esto es de locos — volvió a protestar.

— A alguien que quiere mantener la poca cordura que le queda en este viaje contigo, enfermo de las mil preguntas.

No entiendo por qué Gonzalo tuvo que dejarle su moto a Paola. Era mejor que cada uno viniera conduciendo por su cuenta, al menos no hubiera sido tan molesto.

El resto del camino Gonzalo se la pasó quejándose como mujer menopáusica, hasta que llegamos al "Cassville Tavern", el lugar le pertenece a Tom, un viejo conocido de mi tío.

A pesar de ser de madrugada, la esposa de Tom, Ruth, nos recibió con los brazos abiertos y una gran sonrisa a mi amigo y a mí. Pensé que no me reconocería, he cambiado mucho desde la última vez que estuve ahí.

Ruth se mostró cálida y bondadosa, justo como la recordaba. Nos brindó comida y nos ofreció a Gonzalo y a mí un pequeño cuarto de fondo para descansar.

Gonzalo se echó a dormir como una foca; alegando que estaba muy cansado, no sé de qué, si quien venía conduciendo era yo, pero aún así, le dejé coger toda la cama para él y me recosté en un sillón no muy cómodo.

De esta forma transcurrió el resto de la madrugada y para las siete de la mañana ya estábamos de pie porque aún nos quedaba una hora de camino.

Le agradecí a Ruth por su hospitalidad y le dejé saludos a Tom quien se encontraba fuera del país.

Emprendí camino junto a Gonzalo para la casa de mi tío.

Evitaba por todo los medios pensar en los recuerdos que me traía aquel lugar.

Para mí fue muy duro, casi desgarrador vivir aquí después de lo sucedido, por eso decidí dejar atrás este sitio.

El GPS me anunciaba que ya casi llegaba a mi objetivo. Lo tuve que activar por precaución, hacía años que no venía, aunque era inútil querer engañarme a mí mismo. Nunca se olvida el camino a casa.

Forcé la vista para ver con mejor claridad una residencia que me resultaba muy conocida. Era una casa blanca, con ventanas de vidrio y amplia entrada, rodeada de árboles. Me detuve en frente de la misma y parqueé la moto. Gonzalo se quedó parado sin reproducir palabra alguna para mi sorpresa, mientras que yo miraba ensimismado aquella casa a la que una vez llamé hogar.

—¿Entramos o prefieres seguir haciéndole guardia? — reprochó Gonzalo, quien al parecer había llegado a su punto muerto de silencio.

— Entremos — esbocé una sonrisa fingida.

PerenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora