Capítulo Nº10: ¿Borracha yo?

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ANDER MOLINA

Creí ser más fuerte, pero me equivoqué.

Creí que esta vez sería diferente, pero me equivoqué.

Me jode pensar en la expresión que puso mi tío cuando le dije que me iría antes de lo planeado, aunque él estaba consciente de lo difícil que era para mí estar en esa casa.

Necesitaba escapar de allí lo antes posible, sentía que me faltaba el aire. Necesitaba acallar los demonios que me atormentaban. Necesitaba huir, olvidarme por un momento de aquel lugar y de volver allí, aunque los interminables reclamos de Gonzalo por lo corto de nuestra visita no ayudaban mucho.

Como de costumbre, el viaje de vuelta fue de madrugada, nunca me ha gustado hacer largos recorridos de día con la moto.

Llegamos al departamento antes del mediodía y pedimos comida rápida. Me di una ducha y me apresuré en salir, necesitaba contarle a alguien como me sentía, y conocía a la persona perfecta para eso. Además, me urgía salir del apartamento antes de matar a Gonzalo que no paraba de repetirme que quería ir a una fiesta y quería que yo lo acompañara. Yo no tenía ganas de ir a ninguna fiestecita de niña rica, pero era eso o seguir escuchando a Gonzalo decir que no tendríamos que ir si yo no me hubiera regresado tan rápido de la casa de mi tío, así que para que se callara le dije que lo acompañaría.

Llegué por fin a mi destino. La casa de Mariel, mi psicóloga.

Toqué el timbre de la puerta y me abrieron casi al instante.

La chica frente a mí me miraba sin pronunciar palabra alguna.

Y otra vez, después de dos años, se volvía a repetir la misma escena absurda.

— Hola.

Después de largos segundos de incómoda tensión se decidió a hablar.

— Ander — balbuceo.

— ¿Está Mariel?

Asintió casi por inercia, mirándome fijamente como si yo fuera un mono de feria.

— Dile que estoy aquí — me estaba incomodando un poco el que no apartara sus ojos de mí.

— Me dijeron que has estado viendo seguido — sonrió — me alegro de verte.

No era correspondida.

Si hubiera visto a Ada hace dos años con el short corto y la blusa transparente que traía puesta, hubiéramos tenido sexo en cualquier parte, como tantas veces lo hicimos. Pero ya no era lo mismo, ella era la nieta de mi psicóloga y yo lo sabía, eso lo cambiaba todo.

— Pasa, ahora la busco.

Entro a la casa y me siento en uno de los sillones personales de la sala de estar.

—¿Y qué es esta vez, la muchacha a la que atropellaste o la visita a tu antigua casa? — escuché una voz detrás de mí.

Mariel, al principio de conocernos, era más cuidadosa con sus palabras, pero a medida que fuimos tomando confianza, se volvió mucho más directa de lo que le gusta admitir.

Ahora me abarrotaba de preguntas, haciéndome sentir presionado, supongo que es porque eso de quedarse esperando a que yo le cuente todo por mi propia voluntad conmigo no funcionaba.

— Te ves muy bien, mejor que la última vez.

— Hace cuatro días me viste, así que imagina lo poco que he podido cambiar en ese tiempo. Aunque debo admitir que en ese corto lapso de tiempo has adquirido una fiebre por la ansiedad bastante interesante —comentó señalando mis inquietas piernas—. Pero retomando el tema, ¿has visto a la chica nuevamente?

PerenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora