Capítulo N°4: Su mundo.

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Me resulta complicado explicar la impresión que me dio verlo allí.

Los encontrones completamente inesperados eran un factor muy importante en nuestra tergiversadora relación.

En esos momentos llegué a pensar que me estaba persiguiendo y que probablemente sería un maniático, acosador, que tenía vaya a saber dios, que intenciones para conmigo.

Sí, realmente por mi cabeza pasaron un montón de cosas raras, pero había algo claro y en lo que sí debía creer porque simplemente era la realidad, Ander estaba ahí, parado delante de mí, con un ramo de narcisos hermosas en las manos y una cara de sorpresa igual o peor que la mia.

— ¿Quién es? — preguntó mi abuela.

Yo no sabía qué responderle porque simplemente no sabía que hacía él allí.

— Mariel — dijo Ander al notar mi estado de shock.

— ¿Hijo eres tú? — respondió mi abuela y a cada palabra de ellos menos entendía yo.

Salí del frente de la puerta para que él pudiera entrar, este se me quedó mirando y nuestros ojos se encontraron, pero luego de unos cortos segundos rompí con el contacto visual, no me quedaría mirándolo con cara de idiota otra vez. No con mi abuela ahí. No cuando yo no sabía que vendría a continuación.

Ander saludó a la abuela y puso el ramo de flores en el jarrón con agua.

— ¿Alguna estrella se va a caer? — preguntó mi abuela — Con esta ya son tres veces.

Ander sonrió divertido.

— ¿Cómo estás?

— Dicen los médicos que bien, mañana me dan el alta.

— Por fin, ya me estaba cansando de seducir a las enfermeras para que me dejaran pasar.

¿En serio era necesaria la franqueza?

— Tú y tus métodos — resopló mi abuela.

— No te hagas Mariel, con cincuenta años menos tú también hubieras caído — sonrió, desbordado de confianza.

— ¿Cincuenta? — la hizo rechistar — desgraciado, no soy tan vieja.

Yo permanecía pegada a la pared, tratando de entender un poco la situación. Tenía claro que Ander y mi abuela se conocían desde hacía ya un tiempo, y no solo eso, entre los dos se podía notar la confianza que había, además, según parecía, Ander había venido a verla otras veces al hospital, solo que nunca habíamos coincidido.

Pero, ¿de dónde se conocían?

— Ander, te presento a mi nieta — dijo mi abuela sacándome de mis pensamientos — Daikar.

— ¿Daikar? — Ander me miró — Con que así te llamas, es bueno saber que tienes un nombre, y que no es Pajarito.

Genial, hora de entrar en escena.

— Hola — lo saludé con un estrechamiento de manos y él me sonrió, como siempre.

— Ya nos conocemos Mariel, tu nieta y yo tenemos amigos en común, pero no tenía ni idea de que fueran parientes.

Ni yo de que ellos se conocieran.

— ¿Estás corriendo en las carreras de motos clandestinas, Daikar? — preguntó mi abuela con mala cara.

— ¿Qué? — mis ojos se querían salir de su órbita — No.

Mi abuela había entendido todo mal.

— No — Ander sonrió — no ese tipo de amigos —  corrigió.

— Si no es mucha imprudencia — dije — ¿Puedo preguntar de dónde se conocen?

PerenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora