43. Maldición de los lobos

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Sam:

Siempre he sabido que voy a morir, o sea, soy el vampiro más buscado de la historia por ser un asesino sin escrúpulos, es natural que ese momento algún día llegara, pero nunca imaginé que sería en el reino de los Legnas, mientras intento proteger a una chica, que para colmo es el vivo retrato de mi primer amor y mucho menos luchando del mismo lado que Adams Hostring y Alexander O'Sullivan.

Sin embargo, cuando las puertas del castillo se abren y observo la imagen ante mí, sé que solo un milagro nos hará salir vivos.

—Santa mierda. —Escucho murmurar al príncipe y no es para menos.

Todo nuestro ejército está arrodillado frente a la enorme escalinata del castillo, con las manos amarradas a sus espaldas y sus ropas llenas de sangre. Algunas hadas tienen horribles heridas en sus cuerpos y por cada uno de nosotros, hay dos del enemigo, impidiendo que se levanten.

A nuestra derecha, el rey, sentado en un trono... ¿En serio? Odio a ese hombre, ¿era necesario sacar una silla imperial? Bien podía haberse quedado de pie igual que los suyos.

Su mirada fría y calculadora nos escudriña mientras una sonrisa escalofriante se forma en su rostro. A su lado están Edward y Alysson O'Sullivan listos para lanzarse a la batalla, contra sus hijos, es válido aclarar, pero su rictus serio e imperturbable no me permite identificar si están de acuerdo con esto o no.

Mi mirada se cruza con la de otro hombre. Uno que conozco a la perfección por todas las veces que lo he visto liderando manadas de lobos que han querido asesinarme y en honor a la verdad, no sé si me sorprende verlo ahí y no arrodillado con el resto de los nuestros.

Marcus Calim, uno de los fundadores de la Logia... el traidor.

Sé en el momento exacto en que Adams lo nota, pues el gruñido de su lobo retumba por todo el lugar. Su mirada rabiosa indica que quiere morderlo hasta matarlo y supongo que Marcus siente la amenaza pues, luego de una sonrisa de suficiencia, se transforma.

Adams lo toma como una invitación a luchar, pero antes de que se lance y se arme el desastre, Alexander lo detiene.

—No vale la pena. —Pero Adams no parece pensar igual.

Siempre he pensado que su lobo es gigante, mucho más que la mayoría que he visto, pero justo ahora, con toda esa rabia contenida, se ve aún más grande, imponente. El príncipe pone una mano en su cabeza.

—No es el momento.

El lobo retrocede dos pasos, pero por la forma en que observa a su adversario y los gruñidos que suelta, me los imagino teniendo una conversación lobuna tipo: "Vas a pagar por tu traición. Te voy a despedazar.", "Quiero verte intentarlo".

—¡Baja las armas, Alexander! ¡Ríndete! —La voz del rey se alza sobre todos los presentes y yo concentro mi mirada en él.
—¿Ves alguna posibilidad, Hostring? —murmura Alexander aunque ambos sabemos que todos nos pueden escuchar—. De ganar, me refiero.

—No. —Y soy totalmente sincero.

—¿Ni con Jazlyn?

—Tú lo has dicho, es un arma de doble filo. Podría ayudarnos tanto como atacarnos, pero no tenemos de otra, es nuestra única esperanza.

—¿Quieres rendirte?

—¿Tú quieres? —Lo miro, pero él continúa con los ojos al frente, retando a los de su abuelo.

—No.

—Pues tú mandas. Por esta noche, estoy bajo tus órdenes.

Su cabeza gira con velocidad hacia mí y sus ojos lucen asombrados. Bueno, no es para menos, pero estoy siendo honesto. Esta noche, aunque me joda, él es quien manda. Puedo odiarlo, puedo querer matarlo, pero reconozco que su alma es la de un rey y que sabe comportarse como tal.

Legnas: la profecía IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora