48. Los hermanos Hostring

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Sam:

¿Adams y la princesa?

Definitivamente, eso nunca me lo habría imaginado.

Me pregunto qué pensará Alexander al respecto.

Aturdido aun por la imagen tan comprometedora en la que Sharon le pedía un beso y él se quedó en plan: “¿Qué? ¿Entendí bien?”, me adentro en el bosque.

He decidido hacerle caso a Jazlyn, tener la maldita conversación con Adams pues uno: siento que se lo debo por haberme salvado la vida y no me gusta deberla nada a nadie, mucho menos a él y dos: estamos en una guerra y por obra del destino, luchamos del mismo lado; necesitamos mantener nuestras discusiones a raya.

No me malinterpreten, no ando de bondadoso dispuesto a perdonarlo porque no creo que exista una razón que justifique que haya matado a mi madre y eso nunca se lo perdonaré y sí, aún persisten mis ganas de matarlo, pero sé que por el tiempo que dure esta locura, debemos estar tranquilos y no saltar al más mínimo comentario.

Además, a lo mejor logro darle un par de golpes que me alivien las ganas por un tiempo más porque a pesar de que lo intento, es difícil mirarlo y no ver a su lobo desmembrar a mi indefensa madre, a una persona que siempre lo trató como a un hijo.

El crujir de una rama me hace levantar la cabeza. Adams emerge de entre los árboles y a pesar de la total oscuridad pues el follaje del bosque tapa la poca iluminación que nos regalan las estrellas, podemos ver perfectamente.

Mis ojos están rojos, los de él, amarillos.

Se apoya en un árbol frente a mí, imitando mi posición con las manos en los bolsillos, separándonos solamente diez metros que fácilmente podría atravesar en menos de dos segundos.

Un silencio tenso se hace entre los dos, interrumpido únicamente por el ruido de las ramas de los árboles cuando son azotadas por el viento y de algún que otro animalito nocturno.

—Entonces, ¿tú y la princesa? —pregunto cuando ya no aguanto más. No quiero terminar pensando que esta ha sido una mala idea.

—No creo que te interese.

—Perfecto entonces. Tú dirás, cuéntame la maravillosa excusa por la cual consideras que haber matado a mi madre está bien.

—Deja el sarcasmo, Sam, no te pega.

—El sarcasmo es lo único que en estos momentos me detiene de romperte la cara.

—Bueno… —Cruza los brazos sobre su pecho—. Vamos progresando, al menos ya no piensas en matarme.

—No te equivoques, Adams; no tienes ni idea, de lo difícil que me resulta mirarte y no molerte a golpes, hacerte pagar. Lo único que nos mantiene en el mismo bando es Jazlyn.

Rueda los ojos y yo aprieto mis manos fuertemente. En serio, si estoy aquí es por ella, porque me lo pidió y porque de alguna forma retorcida el destino se encargó de hacer que le deba un favor a este idiota, pero nada más. Y si lo que tiene que decir no me gusta, y estoy seguro de que no lo hará, cuando todo esto acabe, lo voy a matar y luego haré lo mismo con Cristopher, o antes, no importa el orden precisamente.

Adams mira hacia el cielo y toma una respiración profunda intentando tomar valor, luego concentra sus ojos amarillos en mí y a pesar de que no lo necesito, contengo la respiración en espera de lo que dirá.

—Cuando Cristopher se convirtió en vampiro, se le metió la estúpida idea en la cabeza de que quería que nosotros lo acompañáramos por toda la eternidad. Tú eras demasiado pequeño por lo que aún debía esperar un poco más, así que solo estaba yo para joderme la cabeza.

Legnas: la profecía IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora