Todo parece un cuento de hadas, finalmente tengo a mi rey y mi reino se aproxima a la vuelta de la esquina, tengo una boda que planear y un futuro que disfrutar con los hombres más importantes de mi vida. Todo va muy bien después de tanto horror.
P...
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Tom
Mientras conduzco hacia el hospital más cercano mis manos tiemblan disimuladamente aferrándose al volante mientras observo de reojo a Madison en el asiento de copiloto, sus ojos cerrados me alarman que de pronto ha dejado de escucharme mientras le voy pidiendo que no se duerma.
—Vamos nena, no te duermas — pongo mi mano en su pierna y palmeo con suavidad antes de agarrar sus manos. Ella me mira con los ojos entrecerrados, la frente arruga — ya vamos a llegar ¿Sí?
—Tom — ella dice con la voz apagada, cargada de un dolor indescifrable — duele, tengo... tengo miedo, me duele mucho.
—¿Qué?
Ella no alcanza a responderme, lleva sus manos a su vientre y gime doblándose contra el asiento. El terror tiñe mis facciones y acelero más de lo que puedo acelerar desesperado por llegar ya. Sin embargo mientras ella se retuerce en silencio del dolor que nos tiene presa del pánico a ambos intento lidiar con los mensajes de Julie y Sarah.
Antes de subir y arrancar el auto les mandé mensajes, a ambas diciéndoles donde llevaré a Madison para que nos encuentren ahí, pero siguen llamando y mandando mensajes como si tuviera tres manos.
De modo que las dejo ahí sin responder y aparco el auto junto a la acera haciendo chirriar las ruedas, corro rodeando el auto y saco a Madison del copiloto tomando uno de sus brazos y enredándolo en mi cuello. Parezco tener la intención de hacerla caminar pero cuando pasamos las puertas del hospital y un par de enfermeras se acercan a nosotros notan que algo escurre entre sus piernas al igual que ella misma.
—Tom — ella chilla, metiendo su mano entre sus piernas y sacándola con un deje de sangre.
Me mira, nos miramos. No siento mis piernas. Jamás he tenido tanto miedo en mi vida como en este momento. Pero no es ella quien necesita ser soporte esta vez, debo ser yo su ancla. Su roca, su apoyo. Así que saco valor de donde no puedo para tomar su mano temblorosa mientras las enfermeras corren desesperadas por una camilla.
—Estoy aquí — susurro cuando la alejan de mi para recostarla en la camilla, ella estira su mano hacia mí y la tomo, mientras la enfermera se acerca a mí muy nerviosa
