capitulo X

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– ¡Hey, Quejicus! 

– Ya te dije que no me llames así– gruñó, volteando a sus espaldas– Es una porquería de nombre.

– Deja de lloriquear por todo y lo considero.

El menor rodó los ojos, reanudando sus pasos por las calles. 
Ya habían pasado semanas desde su primer encuentro y aquella era la quinta vez que lo veía por allí, pegándose a él como sanguijuela.

Y, si bien no le desagradaba del todo, su personalidad presuntuosa le fastidiaba. Era extraño, violento y de ropas inusualmente bonitas, pero no es como que le llegará a interrogar sobre su vida o algo por el estilo. Ciertamente el no quería hablar de la suya, mucho menos escuchar sobre la de otro crío de las calles, si es que en verdad pertenencia a los barrios.

Nunca escuchó de alguien como él por los alrededores y sabía que, viendo cómo se comportaba, aquello era prácticamente imposible.

Aún así, seguía dejando que el chico se quedara a su lado, tal vez por simple agradecimiento o el hecho de que estuviera más que dispuesto a pelear por él si el caso se presentaba.
Además de que resultaba ser una agradable compañía si dejaba de lado las estupideces que solía decir o las extravagantes palabras que soltaba. 

Esa misma mañana tuvo la intención de salir apenas su padre piso el crujiente suelo de su casa, llenando de gritos iracundos el lugar y blasfemando torpemente, arrastrando las palabras completamente ebrio. 

Era agotador tener el recordatorio de su inútil existencia, arrebatando los centavos que lograban recolectar, cada que levantaba la vista; y por sobre todo odiaba dejar a su madre con él cuando se encontraba en ese estado, sabiendo que al pasar de unos minutos las palabras llegarían a convertirse en golpes.

Pero nunca pudo hacer mucho. Los gritos de su madre buscando que se fuera de allí siempre lograba asustarlo más que las seguras heridas que le daría su padre. Había ocasiones, como la de esa misma mañana, en las que ni siquiera pasaba de la puerta de su habitación.

Sabía que si su madre, con un visible moretón en la mejilla, no hubiese entrado a su cuarto y ordenado que se escapara sin que Tobias lo viese, ambos estarían heridos en más de una forma.

Dios sabía que tan cobarde era para abandonar a la mujer a su suerte. Y como rata escurridiza, salió silenciosamente de la casa, lejos del ataque de irá de Tobias

Oraba por que su mamá no saliera mal herida, se sentía tan avergonzado de no saber que hacer en aquellos casos y del no poder defenderla que quería enterrarse vivo. Pero tenía tanto miedo de recibir las duras palabras y más fuertes golpes, que la idea de no ser parte de eso simplemente le ganaba.

Suspiró agobiado por todo el tema. Volvería en un buen par de horas y ayudaría a su madre; tal vez la encontraría sentada, bordando hermosos escudos, ignorando lo ocurrido frente a su hijo y por sobre todo, frente a ella misma. Llegaba a odiarla cuando lo hacía. 

– ¡Hey! – Un pequeño chasquido lo volvió a la realidad, lejos de aquellos lugubres pensamientos. Notó como el contrario lo miraba con el entrecejo fruncido.

– ¿Qué, te han estado molestando de nuevo?– preguntó fijando sus ojos en las Manos rojas y lastimadas.

– No, y no es tu asunto.

– ¡Vamos, que me junto contigo para buscar diversión y nunca se presenta! 

– A lo mejor es por tu presencia. 

– ¿Dices que asusto, Quejicus?– sonrió malicioso, Severus sintió la necesidad de borrarle aquella descarada mueca. 

– Pues pareces perro rabioso. Yo no me acercaría ni a diez metros de tí. 

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⏰ Última actualización: Oct 14, 2021 ⏰

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un pecado. // canceladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora