Dulce café

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El aroma de la fogata. Trozos de chispas ardiendo. Murmullos distantes de cientos de voces. Risas y llantos por igual. Una última noche, y un último festival para celebrarlo todo.

Para Fuutarou, se sentía extraño recordar un tiempo donde descartaba un placer tan simple. Una labor superflua y obligatoria desperdiciada en reunir y apilar una torre de troncos, solo para verla arder más tarde. ¿Acaso las cosas siempre habían sido tan desagradables, ahora que lo veía en retrospectiva? O más bien, ¿solo estaba siendo demasiado duro con su yo del pasado?

Sin embargo, con estos días que iban y venían, no pudo evitar darse un pequeño gusto con las memorias que había hecho ahora. Memorias de la noche anterior, que transcurrían en un movimiento continuo. Lo cerca que todos se habían reunido alrededor de la fogata. Gritos alegres y risas de todos aquellos que se hicieron amigos. Un coraje desbordante que brotaba de sus compañeros de clase, que mostraban sus corazones al pedirles a esa persona especial que bailase con ellos.

Por mucho que saborease esa noche, Fuutarou se preguntaba, ¿había hecho lo mejor que podía? Después de todo eso, seguía siendo difícil confrontar a esas cinco hermanas durante la fogata. Nada más que sus saludos ordinarios, burlas y picarse entre sí, antes de eventualmente distanciarse por el resto de la noche. Parecía que era la mejor idea dejarles a esas cinco compartir el final del festival juntas. Entrometerse lo había hecho enredarse más de la cuenta en todo el desastre desde el inicio, por lo que haría bien en aprender a contenerse un poco aunque fuese por una sola noche. Como fuera, Takeda y Maeda eran compañía más que suficiente.

Pero eso era solo una memoria ahora. La normalidad de su vida diaria había retornado, mientras Fuutarou ahora se recostaba de espaldas sobre los pisos de tatami en su pequeño apartamento. En estas horas recientes, Fuutarou Uesugi se había familiarizado muy bien con las líneas de las baldosas del techo. Hasta la más pequeña de las manchas, y este pequeño techo había servido como un fondo borroso y distante para el teléfono que sujetaba frente a sus ojos.

Dos botones que nunca se imaginó que podrían ponerlo tan nerviosos. "Llamada" y "Correo", ambos fijados al nombre de un contacto específico.

Nakano, Ichika.

- Has estado así desde que llegaste anoche, Oniichan.

Sobre sus cejas estaba colgando el enorme mechón con forma de pluma del cabello de Raiha. Su pequeña hermana se encontraba de pie, mirándolo con expresión confusa y los ojos entrecerrados. – ¿Qué te sucede?

- No es nada, Raiha. Solo estoy un poco cansado.

- ¡Eso no suena a que sea nada! – Raiha se arrodilló junto a él en el suelo. Te conozco bien, Oniichan. Siempre te quedas haciendo lo mismo; es obvio que pasó algo. ¡Vamos! ¡Cuéntame, cuéntame!

- Tch. – Fuutarou chasqueó los dientes. – Ya te lo dije, Raiha, no es nada. Déjame tranquilo.

- Tú... – comenzó a sollozar.

Fuutarou contuvo el aliento. Ese ligero aumento en su voz, sabía demasiado bien lo que significaba cuando empezaba a utilizar ese tono.

- Tú... ¿no vas a hablar con tu hermanita...? ¿De verdad no confías en mí?

Se rodó sobre su lugar en el suelo, para lo que le serviría. En este pequeño apartamento de una sola habitación, compartido entre su padre, su hermana y él, no era como que se pudiera ir a encerrarse en su propio cuarto.

- Solo déjalo en paz, Raiha. – les dijo su padre, Isanari Uesugi.

- ¡Pero creo que está escondiendo algo! ¡No es justo!

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