Por estos sentimientos consentidos

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Cuatro esquinas en un marco. Borrosas, centradas, y luego enfocadas. Atención a cada detalle con cuidado para capturar cada momento bajo su mejor luz. Tomar unos cuantos pasos más cerca para encoger el vasto cielo azul que llenaba el marco, y más cerca para que la sonrisa de ella y la lente a través de la que él miraba se alinearan. La comisura curvada de sus labios, el mentón apoyado entre su palma y nudillos. Sus caderas ligeramente dobladas y sus hombros volteados, como si su cuerpo supiera cada forma de coquetear y saludar a la cámara. Con un ligero tirón al brazo y la mano enrollada alrededor de las muñecas de él, otra memoria sería capturada bajo el brillante jolgorio en el parque de diversiones.

Una foto por aquí, otra por allá. Una frente al carrusel dando vueltas, otra apoyándose contra la baranda de la enorme fuente llena de estatuas de conocidos personajes de caricaturas. Una sosteniendo un montón de globos coloridos, y otra mientras ella le daba de comer algodón de azúcar, presentado justo en frente de la lente. Cada foto minimizada a un diminuto cuadro en su galería, expandiéndose por la pantalla a medida que las deslizaba. Fuutarou suspiró. No podía haber pasado más de una hora desde que llegaron por primera vez, pero se sentía como si hubiese capturado suficientes memorias para un día completo. Y ya sentía suficiente agotamiento acumulado como para llenar su cuota de estadía en los Estados Unidos.

Por supuesto, ningún viaje al (cómo se lo habían repetido constantemente a Fuutarou) "Lugar más feliz de la Tierra", estaría completo sin una visita al icónico castillo que se alzaba en el centro del parque. Sus torreones blancos y azules perforaban los cielos, grandiosos en cada aspecto y ángulo al punto que difícilmente habría un alma que no las reconociera. Raiha no dejó de hostigarlo diciéndole que todas las parejas debían tomarse al menos una foto en frente del castillo, como si fuese alguna clase de ley no escrita tomada de las tramas románticas con las que la joven colegiala se había obsesionado recientemente. Aun así, era una vista realmente maravillosa. Y una vez más sacó su cámara, colocando la lente frontal para enfocar en su dirección.

– ¿Qué tal se ve? – preguntó Ichika, apretando su mejilla contra el hombro del chico.

– Está... bien, supongo. – replicó Fuutarou mientras miraba la foto. – Pero está un poco difícil ponernos a nosotros y al castillo dentro de la toma. No se podrá con la cámara de selfies, al menos.

– ¿Por qué no les pedimos a mis hermanas que nos la tomen?

– Seguro. Eso estaría bien y todo, pero... – Fuutarou entrecerró los ojos, enmarcando los detalles de la mujer junto a él. Igual que las incontables fotos que había tomado ese día, Fuutarou no podía evitar fijar sus ojos en cada parte de ella que fuera visible. Sus ojos, sus labios, sus mejillas. La comisura de sus labios al sonreír, y la mirada que ella le devolvía. Cada parte de ella, como si hubiera algunas respuestas enterradas dentro de una simple mirada.

– ¿Hmm? – Ichika arqueó una ceja. – ¿Pasa algo, Fuutarou-kun?

– Me gustaría tomarme esta foto con mi novia... no, con mi prometida. Con Ichika.

– ¿De qué hablas? ¡Nos acabamos de tomar la foto, tontito!

– Sabes exactamente lo que quiero decir...

Una sonrisa diabólica había aparecido en la cara de Ichika al darse la vuelta, mientras regresaba con el grupo. Incluyendo al propio Fuutarou, debería haber seis de ellos aquí. Las hermanas Nakano habían estado dando vueltas los últimos días sobre su necesidad de terminar su viaje por el extranjero con algo grande. Una gran aventura que todos pudieran vivir juntos, capturando esa sensación de asombro y maravillas que parecía ahora tan lejana. Las cinco hermanas difícilmente iban a tardar en llegar a un acuerdo, y con el último fin de semana de su viaje, todas habían planeado que fuera un día totalmente inolvidable.

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