A través de este camino que viajamos y estas estrellas bendecidas

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El cabello corto se secaba rápidamente. Hacía que los minutos en el reloj matutino fuesen mucho más manejables, estirando momento tras momento preciado mientras se permitía quedarse bajo la calidez de las mantas de su cama. Cinco minutos más, y luego otros cinco más. Una lección que siempre fallaba en aprender, sin importar cuántas veces se dijera lo contrario, que esta sería la noche que dormiría temprano. Aun así, se las arreglaba. Las mañanas continuaban como siempre: apoyada diligentemente con las caderas contra la encimera del baño, coqueteando con la imagen que veía en el espejo. Admiraba la forma en que los labios de su reflejo se teñían de un tono seductor de rojo, junto con el cuidadoso deslizamiento de dichos labios presionados uno contra el otro, antes de separarse con un pop.

Una ligera niebla se formaba a pocos centímetros de un beso, e Ichika lo limpiaba con su palma. Pintalabios, bien. Un ligero parpadeo para enderezar sus pestañas. Esto necesitaba un poco más, y se dirigió hacia la pila cercana de paletas abiertas, cepillos regados, y botellas volcadas, milagrosamente logrando extraer su parcialmente destapada mascarilla sin siquiera bajar la mirada. Su rutina continuaba, murmurando las letras de las canciones de pop occidental que sonaban en los auriculares de su teléfono.

– ¡Mm! ¡Muy bien! – asintió al ver a la encantadora mujer del espejo. Sus dedos se deslizaron hacia la parte trasera de su cabello, atrapando el agua que todavía quedaba entre los mechones. – Todavía está un poco húmedo... – Mientras murmuraba para sí misma, exprimió un poco las gotas que aterrizaron en la piel desnuda de su nuca. Todavía le faltaba vestirse, y hasta ahora, Ichika sólo se había puesto un sostén negro de encajes con unas bragas que no coincidían.

Había pasado la mayor parte del último minuto alternando entre diferentes tops antes que los sonidos de la puerta del frente atrajeron su atención hacia el pasillo. Veinticinco minutos después de mediodía, ya era esa hora del día.

– ¡Bienvenido a casa, Fuutarou-kun! – le saludó. – ¿Vienes por el almuerzo de nuevo?

– ¿Ichika...? – Fuutarou levantó una ceja. – ¿Qué estás haciendo aquí todavía? ¿No se supone que...?

– Ah, jajaja... puede que vaya un poco tarde. ¿Qué tal las clases? Oh, ¿y te importaría cerrar la puerta? Alguien podría, ya sabes...

Él cerró la puerta, suspirando. Su mochila se deslizó fuera de sus hombros, aterrizando con un golpe seco en el sofá de su sala. – ¿Y todavía apenas te estás vistiendo? ¡Se supone que hoy será tu primer día! A este ritmo, vas a llegar seriamente tarde.

– Lo sé, lo sé. – replicó Ichika, girándose hacia un espejo cercano. Se puso a alternar entre los colgaderos de una blusa blanca y otra azul cielo sin mangas, una y otra vez. El puchero de sus labios se retorció ligeramente mientras parecía discutir con la mujer del espejo. – Pero es Oda-san. Lo recuerdas, ¿verdad? De mi antigua agencia. Estoy segura que lo entenderá. Estaba a punto de enviarle un mensaje de texto y avisarle que llegaré unos minutos tarde.

– ¿Sólo unos minutos? – Fuutarou entrecerró los ojos, sin estar convencido, mientras observaba a Ichika correr por el pasillo hacia el baño. – Si no te vas pronto, se te irá el tren.

– Estaba por llamar a un chofer. – Ichika cogió su teléfono y le bajó el volumen a su música. – Dice aquí que la nueva oficina de Oda-san aquí en Tokio está... a dieciséis minutos de distancia. Y el más cercano puede llegar al mismo tiempo también. ¿Lo ves? ¡Todavía hay tiempo! – Ichika se rio para sí misma. – En el peor caso, puedo culpar al jet lag.

– Ichika... – Fuutarou se apoyó contra el marco de la puerta, cruzando sus brazos sobre el pecho. – Te mudaste de vuelta a Japón hace más de un mes. Ya eso dejó de ser una excusa hace mucho tiempo.

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