Era gentil

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Todos decían que ella era gentil. Que no había nada más preciado en esta vida que un corazón amable. Tan vibrante como los rayos dorados del sol, su benevolencia y su sonrisa que siempre partía las nubes y le daba vida hasta a las hojas más tímidas. Cuando pensaban en ella, le decían que su nombre era como el sol que brillaba durante las cuatro estaciones. Cuatro estaciones que enmarcaban los días del año, y ella siempre brillaría igual. Mientras pudiese pararse sobre sus dos piernas, sus pisadas siempre resonarían al lado de otros, lista para ir a dondequiera que la necesitaran. Estaba en su naturaleza.

Pero lo más importante de todo, Yotsuba tenía que recordar respirar. Siempre habría alguien en alguna parte que necesitaría su ayuda; alguien cuyos días se iluminarían más con ella. Pero eso no significaría nada si no recordaba ayudarse a sí misma. Era un poco vergonzoso de admitir, pero Yotsuba se había tomado bastante tiempo para aprender algo que era así de obvio y simple. Se sentía agradecida por haberlo hecho. Y ahora que estaba de pie encarando el aire de finales del otoño, la chica que soñaba despierta lentamente permitió que el gentil fresco del aire llenara sus pulmones. Colocó una mano sobre su pecho terminó y lentamente comenzó a contar los segundos dentro de su cabeza.

– "Uno... dos... tres..."

Y entonces, finalmente, pudo respirar. – Ya casi llega el invierno... – murmuró Yotsuba, apartando algunas de las hojas caídas con la punta de sus sandalias. Un ligero frío recorrió su piel y rápidamente se ajustó el cuello de su yukata. La brisa se había vuelto más fría en los últimos días. La tela vieja y desgastada que componía su atuendo era poco apropiada para lidiar con los días más fríos, y la edad difícilmente ayudaba. Había trozos de tela que se habían descosido en los extremos de las mangas, y también se había descolorido notablemente. De hecho, si Yotsuba recordaba los días que pasaron en Toraiwa cuando eran niñas, probablemente estas fueran las mismas ropas que llevaron los primeros visitantes de la posada, o tal vez incluso fueran más antiguas que eso.

Yotsuba se apoyó contra la puerta abierta, observando las delgadas ramas de los árboles añadiendo una hoja rojiza más a la pila de otoño. En retrospectiva, Yotsuba no se había imaginado lo mucho que su abuelo había invertido en la posada. En estos últimos meses, su abuelo le había dicho muchas cosas. Le dijo que todos los caminos por los que transitó en su vida (incluyéndola a ella, sus hermanas, y los extraños) restaban hechos de diferentes historias, y dejaban marcadas diferentes cicatrices. Igual que su madre, un alma cansada merecía un breve respiro. Un momento para descansar. Le dijo que era necesario alguien que era gentil, alguien que supiera la carga que podría llevar un corazón para poder ofrecer consuelo en las adversidades. Le dijo que eso era lo que significaba la hospitalidad.

Había muchas otras cosas más que Yotsuba quería aprender. Un montón de cosas que todavía podría aprender, si tan solo hubiese suficiente tiempo.

Su abuelo había fallecido durante una tarde de agosto. Parecía que apenas había sido ayer cuando ella y sus hermanas se habían reunido junto a él. Aunque el anciano logró encontrar la fuerza para volver a Toraiwa, su condición lentamente había empeorado con el cambio de las estaciones. Tal vez siempre había querido que su último lugar de descanso fuera dentro de las paredes que siempre había conocido. El lugar que le ofrecía la mayor paz. En esos cortos días, su abuelo había instruido a Yotsuba en el cuidado y etiqueta apropiados que venía con tomar el manto de un posadero. Le enseñó cómo manejarlo, cómo mantenerlo, y cómo ayudar a aquellos que encontraban su camino más allá de las puertas de entrada.

Otra vez, Yotsuba suspiró. – Si tan sólo hubiera más tiempo, abuelo. – Sus dedos descansaban sobre el marco de madera de la puerta, sintiendo el traqueteo de la vieja puerta. Comparado a cuando las cinco podían visitarla juntas, el terreno de la posada de Toraiwa se encontraba en mejores condiciones. No exactamente en su mejor momento o como para volver a ser operacional, pero tampoco se veía tan llena de polvo o decrépita. Simplemente se encontraba bien. Lo bastante bien para sacarle una sonrisa al rostro de su abuelo mientras daba sus lentos y endebles paseos por los pisos de madera limpios, dejando que sus ancianos ojos se fijaran en el verde jardín. El ligero olor de las plantas que iban floreciendo le acariciaba la nariz.

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