Su lugar en el mundo

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Calor seco. El calor de un cielo veraniego sin nubes, sorprendentemente placentero para la piel. Un calor que obligaba a despojarse de la ropa innecesaria, anunciando el romance bajo el sol de un brillante día de verano. Claro y dorado. El estar esparcido por la ciudad era una atmósfera a la que seguía sin acostumbrarse, con cada imagen y cada sonido volviéndose más curioso que el anterior. Las palmeras proyectaban sombras largas y delgadas que se deslizaban por la acera. El clamor de cientos de voces simultáneas simplemente divagaba por los oídos, para luego ser ahogadas por el abrupto ruido a todo volumen del tráfico de la ciudad.

Ichika deslizó un dedo bajo el cuello de su camisa. Comparado con los que tenía en casa, el verano en Los Ángeles brindaba un calor mucho más agraciado. Había estado aquí el tiempo suficiente para ajustarse a él, que a día de hoy era poco menos de dos semanas. Por intrigantes que hubieran sido los días, también fueron agotadores. Había algo nuevo para descubrir cada día; algo peculiar que la alienaba aún más de sus alrededores. Le había tomado hasta su último nervio no parecer una chica japonesa perdida que apenas sí conocía su camino en un país extranjero.

Cuando llegó por primera vez, Ichika tuvo la buena fortuna de conocer a algunos contactos, cortesía de Yusa Masaki, la joven directora que la había recomendado para el programa de entrenamiento para jóvenes y prometedores actores y actrices. Ichika recibió su bienvenida en un lujoso hotel de cinco estrellas mientras un agente contratado se encargaba de buscarle un lugar de residencia apropiado, por consejo de Maruo. La fortuna de su padre, admitiéndolo, era algo de lo que tendría que depender por un poco más. Entretanto, Ichika había pasado los días acostumbrándose a California. Unos pocos días fueron suficientes para acostumbrarse al lenguaje, a la rutina, y al diseño general de la ciudad.

Aunque, si había una sola cosa a la que Ichika necesitaba más tiempo para acostumbrarse, eso serían las personas. Los norteamericanos. Ichika jamás había apreciado a Nino más de lo que lo hizo ahora, pues los blogueros estadounidenses que se habían tomado el tiempo de seguir y estudiar le habían dado a Ichika al menos algunas expectativas. Los norteamericanos eran mucho más variopintos, una amalgama de diferentes culturas, tradiciones, y actitudes que más o menos se mantenían en harmonía dentro de sus vastas diferencias. Si había una sola suposición general que Ichika pudiese tener, sería que los norteamericanos en general hablaban más fuerte, y eran mucho más interactivos con los forasteros promedio. Jamás se habría esperado que tanta gente se le acercara como lo hizo, fuese para hacerle alguna pregunta general, ofrecerle venderle algo, hacerle un cumplido por su belleza, o incluso tener una simple charla amistosa.

Las mañanas solían ser iguales todos los días. Despertaba a una hora temprana (para sus propios estándares) dentro de las paredes de su propio apartamento de lujo de una sola habitación, situado en los vecindarios más afluentes en el área de Los Ángeles. Revisaba y respondía con mucho entusiasmo los mensajes que venían desde su casa, salía a hacer una carrera matutina, se duchaba y luego se vestía antes de salir hacia la institución. No estaba del todo mal para sus primeros días, aunque lo dijera ella misma.

- Así que ya es viernes, ¿eh? – murmuró Ichika para sí misma. El traqueteo de sus tacones hacía un eco lento en los altos corredores del campus. Una brisa cálida sacudía las puntas de su cabello. Unas anchas escaleras de piedra descendían hacia el patio del campus, donde se encontraban rondando estudiantes de las artes. La mayoría se paseaban entre edificios y facultades, charlando con sus amigos o jugueteando con sus teléfonos. Otros disfrutaban de un agradable almuerzo sentados en las mesas al aire libre. Y había un estudiante muy confiado que sobresalía en medio del campo, practicando la convicción de sus líneas para que todos oyeran. Comparado a las tradicionales universidades de cuatro años (como su visita a la Universidad de Tokio) una escuela para las artes dramáticas era notablemente más pequeña.

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