Capítulo 1

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"Hay una historia detrás de cada persona. No hay una razón de por que son lo que son. No es tan solo porque ellos lo quieren. Algo en el pasado los ha hecho así y algunas veces es imposible cambiarlo."

Sigmund Freud.

. . .

 El auto frente al semáforo y mirando desde el asiento trasero, recostado, golpeé los dedos contra el vidrio. No estaba acostumbrado a viajes largos, mi familia siempre había tenido las raíces en la ciudad, donde mis abuelos y mis tías se encontraban a pocas calles de nosotros. Lo odiaba. Toda la noche en carretera, toda la mañana en carretera, todo la tarde en carretera. Que infierno.

—¿Joshua, cariño, me pasas la bolsa de galletas?—Dijo mi madre desde el asiento delantero. Intentaba con todas sus fuerzas verle el lado positivo a todo pero podía ver la arruga entre sus cejas cuando se volteaba hacia los lados.

Me levante pateando a mi hermana dormida a mi lado y esquive su golpe cuando despertó.

—¿Dónde esta?

—Detrás del asiento—indicó mirándome por encima del hombro—, junto a tu cabeza.

—Junto a mi cabeza no había nada—murmuré fastidiado.

—¿Te has fijado?

Me volteé en redondo empujando a Abbi para que me deje espació, teníamos una conservadora de agua entre ambos que no habíamos tocado en todo el viaje y era realmente incomodo moverse. Apoyé la espalda en el asiento para subir las piernas al asiento y me incliné hacia la luneta.

Mi padrastro se limitaba a tararear una canción que pasaba por la radio y golpeaba el volante esperando que el semáforo avance. No sabía cuanto faltaba para llegar pero ya quería saltar fuera para poder estirar las piernas. También necesitaba aun baño decente y, de ser posible, una cama que no requiera que mis rodillas estén sobre mi esternón.

Moví los bolsos, algunas cajas y un par de cajas hasta encontrar la dichosa bolsa. No estaba junto a mi cabeza, estaba enterrada detrás de la rueda de auxilio, pero por respeto a la paciencia de mi madre decidí no mencionarlo. Alcé la cabeza pegando la espalda a la puerta de nuevo, me senté empujando a Abbi con las rodillas y le entregue la bolsa a mi madre.

—¿Dónde estaba?—Preguntó risueña.

Rodé los ojos y me volteé hacia la ventana.

—Junto a mi cabeza.

El auto dio una sacudida al avanzar de nuevo. Varios otros vehículos soltaban bocinazos molestos por la mínima velocidad que teníamos y el enorme armatoste de acero con ruedas que teníamos enganchado a la parte trasera del auto. Patrick no quería contratar un servicio de mudanza y buena parte de nuestra vida se había quedado en casa de mi abuela por lo que nos vimos obligados a empaquetar nuestra compleja vida en dos bolsos, una caja y algunas pocas bolsas.

Del otro lado de la ventana llovía, o al menos unas pocas gotas de agua golpeaban el cristal y resbalaban hacia abajo. Los arboles en las veredas se sacudían levemente y los arbustos frente a las casas permanecían mojados. No era como la cuidad, allí podíamos pasar meses sin tener lluvia, no como en ese remoto pueblo olvidado por Dios en el que, por lo visto en Google, casi no se veía el sol.

Seguimos por la calle principal durante unos 10 minutos hasta doblar en una esquina, mi madre y Patrick hablaban por lo bajo acerca de lo emocionado que estaban por todo y lo preocupado por la casa pero en cuanto la voz del GPS hablo ambos callaron. Quedaban 10 metros para llegar al fin.

No te acerques a Holden ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora