Capítulo 22

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Una semana después me dieron el alta y pude volver a mi casa, y por ende también a la comida de mi madre.

Ese día había llovido desde temprano y la abuela decidió aprovechar unas horas desde que había parado para llevarme a la casa. No discutí con ella, mi madre tampoco y Patrick, quien se veía bastante preocupado por mi madre, tampoco. Me subieron al auto con las cosas que llevaron para mí al hospital y mientras mi madre firmaba papeles y se despedía del doctor mi abuela se encargó de volver loco a Patrick acerca de cómo acomodarme junto a las demás cosas.

Cuando mi madre había dicho que ella vendría a cuidarme imagine que haría todo más fácil y probablemente se amigarian en pos de mi salud. Nada más alejado de la realidad. No discutieron frente a mí pero sí en el pasillo del hospital.

—¿Patrick, puedes ayudarme?—Mi abuela se asomó del auto con una pierna fuera y le tendió a mi padrastro una de mis muletas mientras mi madre me ayudaba a plantar los pies en el suelo y colocaba su brazo bajo mis hombros para ayudarme a caminar hasta la casa. Me entrego la otra muleta para que pueda acostumbrarme a usarla y la coloque bajo mi brazo.

—¿Te encuentras bien?—Preguntó mi madre al verme soltar una mueca de dolor.

Asentí y alcé la cabeza hacia la puerta contento de poder ver a mi hermana, pero ella no estaba esperándome.

—¿Dónde está Abbi?

—Dijo que tenía que hacer algo—Respondió mi madre mirando como Patrick sostenía todo en brazos y además ayudaba a mi abuela a bajar del auto con una sonrisa amable.

—¿Qué cosas?—Insistí dolido y molesto. Abbi me evito por semanas enteras, ¿qué demonios era tan importante para no recibir a tu hermano luego de tanto tiempo?

—No lo sé, cariño.—Pero ella ni siquiera me prestaba atención y en cuanto Patrick intentó sostener a mi abuela, la multa, mochila, bolso y equipaje al mismo tiempo dio un paso al frente para ayudarlo. Pero se detuvo y me miró.

—Ve a ayudar—dije por lo bajo—, yo iré solo. Son unos pasos.

No le permití que se sienta insegura, me volteé agradecido de poder andar solo y estar en casa y comencé con el arduo trabajo de caminar. El doctor dijo que sería difícil con un brazo roto y que poco a poco podría pero debía esforzarme, pero no sabía que el dolor de mis hombros estaba incluido.

Mejor hubiera pedido la silla de ruedas.

Cuando llegué a la puerta me volteé orgulloso de mí mismo y miré a mi madre lanzarle miradas molestar a mi abuela mientras esta se quejaba de cómo me abandonó para ir por mi cuenta. Mi abuela no daba tregua a nada. Me volteé para abrir la puerta y quedé congelado al ver a Abbi sosteniendo el picaporte con la mirada sorprendida. El móvil en su otra mano seguía encendido y su aspecto demacrado... bien, no había cambiado en esas semanas.

Sonreí.

—Sí viniste a recibirme—me lancé sobre ella para abrazarla con fuerza y durante los siguientes segundos ella se aferró con ambas manos a mi espalda, apoyando la mejilla en mi hombro y apretándome con cariño.

—Lo siento—musitó en mi oído.

Me aparté para mirarla.

—No sucede nada, pero me debes una película.

—Bien.—Sonrió con los ojos llenos de lágrimas y volvió a abrazarme, cuando de repente su móvil vibró y se apartó limpiándose las mejillas para leer el mensaje. Apretó los labios.—Debo irme.

—¿Qué? Oye, estoy lisiado, no puedes abandonarme, ¿por qué...?—Pregunté desconcertado, girando cuando cuando me rodeo hacia la salida y sosteniéndome de la puerta cuando de repente mi mirada se detuvo en el chico de gorro de lana y ojos claros del otro lado del jardín. Con su chaqueta negra, con sus jeans azules, con todo el rostro pálido por encontrarme allí, hizo que mi corazón se apretara de dolor.

No te acerques a Holden ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora