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—...erta. Despierta, vamos. — comencé a abrir mis ojos y la luz del día me cegó. — Papá, ¡despierta! ¡Despierta! — moví mi cabeza con rapidez, buscando los gritos de Carl. Finalmente lo encontré y suspiré aliviada. Pero al ver que agitaba el cuerpo de su padre, esperando despertarlo, me puse de pie.


— Carl, oye. — lo llamé por su nombre, todavía apoyada en la pared y estiré mi espalda. — Vamos, niño. Déjalo tranquilo.

Maldición, no debí dormir sentada.

— ¡No despierta! — lo vi pasar su mano por su rostro, frustrado. Se giró hacia mí. — ¡Todo esto es culpa suya! ¡Al menos podría estar consciente para ver lo que ha provocado! — troné mis dedos, buscando calmarme. 

Creí que el odio hacia su padre se había agotado repentinamente ayer.

— Tienes que bajar la voz. — le advertí.

— ¡Todo es su culpa! Si él no hubiese querido jugar a ser granjero y decirles a los nuestros que pelear no era necesario, nadie habría salido herido, ¡nadie hubiese muerto! Judith no hubiese muerto. — lo último lo dijo bajando su tono de voz, pero seguía enojado y mi corazón comenzó acelerarse, no tenía una mierda de idea de lo que estaba hablando, pero necesitaba calmarse o tendríamos problemas con los muertos.

— Carl, por favor — intenté acercarme a él, sin embargo, me esquivó.

— ¡No lo entiendes! ¡Teníamos un grupo! ¡Confiaron en él! — lo señaló. — No lo necesito. No lo necesitamos. ¡Nos falló a todos! — hablaba con la mandíbula apretada. — Dejó que todos murieran. Pudo haber hecho algo y no lo hizo.

— ¡Basta, niño! — ya enojada, lo corté. — Deja de gritar. — Ambos nos quedamos en silencio al escuchar gruñidos detrás de la puerta. El niño caminó hacia una de las ventanas y sacó la mitad superior de su cuerpo por ella. — ¿Cuántos son? — pregunté yendo en la misma dirección, con la mano en uno de mis puñales.

— Solo dos.— salió del espacio de la ventana y sin previo aviso, saltó hacia afuera. — Yo me encargo. — se arregló el sombrero.

— ¡Carl! — grité su nombre. — ¡Carl, maldición, vuelve aquí! ¡Trae tu trasero de vuelta, niño! — vi la manera en la que, tranquilamente, atraía a los muertos y al llegar a la esquina de la calle, me hizo una señal con su sombrero. — ¡Mierda! — golpeé el marco con mi puño.

Justo cuando pensé que el apocalipsis no podía ser peor, acabo de perder a un niño. 















[...]















Había pasado una hora. Una maldita hora y Carl no aparecía.

Despegué mi espalda de la pared y me quité la camisa de franela que usaba sobre una camiseta. Estaba nerviosa, sumándole el hecho de que el sol hoy parecía querer asarnos vivos a toda costa.

Llevé mis manos a mi cabello y apreté la liga que lo sostenía. Caminé hacia el baño y miré mi reflejo en el espejo.

Tenía el rostro colorado y el sudor pegaba algunos de mis cabellos a mi frente. Abrí la llave del lavamanos, esperando que -con suerte- los encargados se hayan olvidado de cortar el agua antes de morir. Lavé mis manos y mi rostro, también tiré un poco de agua sobre mi cabello, aprovechando de peinar aquellos pelitos que se caían.

Sentí unos gruñidos y me alerté.

El hombre de barba estaba en la sala. Solo. Frente a la puerta y las ventanas.

𝐋𝐎𝐘𝐀𝐋𝐓𝐘 || 𝙳𝚊𝚛𝚢𝚕 𝙳. /𝙽𝚎𝚐𝚊𝚗 𝚂.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora