Noviembre/20/2017
Cuando descubrí el verdadero significado del dolor y el propósito que tenía éste sentimiento en la vida de las personas, fue como un golpe de bala. Caló tan profundo en mí que solo pude sangrar internamente.
Y fue entonces cuando me prometí a mí mismo que aguantaría todo el dolor que la vida dispusiera para mí.
Aunque el dolor de su partida se volvió difícil de soportar y, después de un tiempo este mismo dolor me empezó a asfixiar, se convirtió en la soga que amarraba mi cuello y que de vez en cuando era tirada por alguien inexistente, ahoracando mis últimas esperanzas de felicidad.Pero recordé que lo merecía. Merezco todo el dolor y sufrimiento que la vida me dé.
Y justo ahora, ya no me importa seguir siendo destrozado.No mientras siga recordando todo lo que pasó aquella noche.
El lastimero silencio de la carretera es sustituido por el motor de los automóviles y mi propia motocicleta. Son exactamente las 9:30 de la noche y aún no he llegado a casa. Sinceramente no quisiera llegar.
Gran parte del día me la he pasado en la biblioteca buscando un nuevo libro para leer en esta semana, me he decidido por una novela shekspiriana, si bien no soy fanático del romance, de vez en cuando me es agradable leerlo. He estado con André el tiempo restante, fumando hierva y hablando sobre cuanto odiamos a nuestros profesores, ya saben, lo normal.
Disminuyó mi velocidad cuando alcanzó a ver un semáforo en rojo y trazo mi ruta en mi mente. Si quiero ir directo a casa tengo que doblar a la derecha en el siguiente cruce. El color rojo cambia a verde y arranco nuevamente, el casco que traigo puesto es incómodo, nunca me ha gustado usarlo pero no soy tan imbécil como para no hacerlo. La intersección aparece frente a mi, e inmediatamente doblo a la izquierda. Como dije, aún no quiero llegar a casa.
El centro de la ciudad va quedando atrás conforme avanzo por la carretera, el aire frío del invierno me cala los huesos, tal vez debería haberle hecho caso a mi madre esta mañana y haber traído una chaqueta.
Las partes de la zona sur de la ciudad son algo descuidadas, aquí es donde mayormente te encuentras a personas con una mala reputación. Drogadictos, ladrones, Dillers, hay de todo un poco.
Recuerdo perfectamente la primera vez que vine por este lugar, tenía 16 años y unas ganas tremendas de desaparecer de la vida. Ahora tengo 18, casi 19, pero las ganas de ser nada siguen palpitando. Conocí la zona sur gracias a un compañero de la escuela, el era el típico Diller del lugar, y cuando comencé a consumir hierva, descubrí que mi proveedor podía darme más que solo porros. Un día él no fue al instituto y yo estaba entrando en una especie de co-dependencia a la sustancia que me daba, así que con desespero pude lograr dar con su dirección, vine hasta este sitio, pregunte por él y mi problema se resolvió. Después de un tiempos él ya no asistió más a clases.
Ahora cada vez que necesito de sus servicios, vengo aquí. Incluso se podría decir que ya soy parte del barrio. Estupideces, lo sé.
Estaciono frente a el edificio de ladrillos color rojo, bajo de mi moto, me quito el casco, lo guardo en el estuche y voy hasta la entrada. Presionó el botón del número 8, donde hace que este emita un chirrido espantoso. 5 segundo después una voz somnolienta y rasposa me contesta.
—¿Quién?
—Soy Adrien—respondo a través del micrófono.
—Ah, si, claro. —musita con cansancio.— Pasa, ya abrí.
Atravieso la reja de barrotes negros y subo aprisa las escaleras.
Es vergonzoso admitirlo pero la ansiedad me esta matando. Algo normal en un drogadicto como yo.
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Cuando La Vida Deje De Doler.
Teen FictionAdrien Dunkelheit ha pasado por un gran trauma y eso le ha quitado muchas cosas. A lo largo de su vida, se ha vuelto una persona sombría, triste y sin ganas de... vivir. Desde ya largos años atrás ha querido sacar todo aquello que lo mata por dentro...