05| A veces...

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Diciembre/03/2017

Nunca me había detenido a pensar en cómo sería mi final, mi último día podría ser justo este y yo ni siquiera me sentía conforme con mi vida. La mente humana podía ser tu enemiga mas letal como tu aliada más confiable, todo dependía de ti, de como te sintieras, de lo que pensaras.

Justo ahora podría decirte todo lo malo que he hecho, todas las estupideces y momentos turbios que he pasado. Como cuando tenía 8 años y viví en carne propia la muerte de mi hermana. Por más psicólogos y psiquiatras a los que he visitado ninguno ha podido ayudarme al 100 por ciento. ¿Por qué? No lo sé a ciencia cierta, creo que mi iluso ser aun se aferra a ese perturbador recuerdo como la única forma de seguirla teniendo cerca, como si recordar su llanto, sus ojos asustados y la sangre que la rodeaba fuera la única forma de mantenerla por siempre a mi lado, en mi mente.
Porque mi quebrajado corazón aún no tiene la fuerza necesaria de dejarla, de aceptar que ella ya no volverá.

Y es horrible aunque yo mismo, indirectamente, he decidido vivir así. La culpa me carcome cada día pero Sam apuñala mi corazón con su recuerdo. Aunque la vida sigue, ¿cierto?

El mes de pinos de navidad, cenas estupendas y regalos innecesarios había llegado ya. No aborrecía diciembre, pero tampoco era mi época favorita del año, aunque, a decir verdad, ningún mes era lo suficientemente bueno para mi. Todo siempre era igual, a excepción de pequeños detalles, cosas irrelevantes. Sin embargo, agradecia que Noviembre llegara a su fin, porque ese mes, en especial, era aborrecido por mí, más que los otros 11 restantes.

—Me ayudarías a levantarme pequeño Dunki —Miro a mi abuela, extendiendo una mano en mi dirección para que la levante. Dejo de lado el cuaderno donde escribo y voy hacia ella.

—No me digas así, abuela. —reniego ante su apodo cuando la ayudo a ponerse de pie— Suena a nombre de perro. 

Ella levanta un poco su bastón y me da un golpe en la pantorrilla. Levanto el pie con inercia y empiezo a sobar con la mano que no sostiene a mi abuela, ese es un punto débil para golpear

—Es un lindo apodo, no digas eso. —Comenzamos a caminar con dirección a la cocina.

—No me gustan los apodos —refuto.

—Pues te aguantas.

—Pero...

—Te aguantas.

Si no fuera mi abuela y tuviera más de 70 años, la habría insultado. Además de que, esta señora era, aparte de mamá, la única por quien sentía cariño. Nunca me juzgaba y desde que Sam murió, su aprecio hacia mi me reconfortaba, pues cuando eres alguien como yo, el poco o mucho cariño sincero que alguien te da se convierte en un pequeño resplandor al final del túnel. Un pedacito de esperanza.

Aunque yo no mereciera nada de todo ese cariño, ella seguía de pie alentandome a seguir, a pesar de que sabía que, en realidad, yo ya no tenía remedio.

—Hable con tus padres —sus solas palabras me hacen alejarme de inmediato, después de dejarla en la silla del comedor.— Tu mama dice que cada día pasas más tiempo en la calle que en tu casa y tu padre.... Bueno ya sabes como es el.

—Ya imagino todo lo que te dijo sobre mí —hago una mueca—. Mamá sabe que no me gusta estar en casa cuando él está.

—Lo quieras o no el siempre será tu padre. —Su mirada me examina, la tristeza y lastima se ve reflejada en sus ojos.

—No ha sido mi padre desde la muerte de Sam y eso te consta —la sola idea de mencionarlo, me llena de odio pero también de melancolía.

Aunque es imposible creerlo Erick solía ser alguien muy diferente a como es hoy en día. Era un gran esposo y también un buen padre. Por eso después de la muerte de Samantha mi familia se desmoronó tan rápido, porque tuvimos que pasar por todo eso para darnos cuenta que poseía dos caras, que no era sincero en muchas cosas. A veces extraño a mi papá, aquel que me enseño a andar en bici, al que le gustaba leernos historias a mi y a mi hermana cada vez que no podíamos dormir, al que le importaba cómo me sentía, el que me amaba. Pero ahora esos recuerdos parecen tan lejanos que a veces dudo de su existencia. Erick Dunkelheit se ha convertido en alguien irrelevante para mí, ahora solo es el tipo al que aborrezco y con el cual comparto techo por necesidad.

Cuando La Vida Deje De Doler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora