12. Jusqu'à ce que la mort nous sépare

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La boda fue un evento solemne, con una celebración y fanfarria de la que se seguiría comentando en el pueblo, aún años después. Pues, como ya se había mencionado anteriormente, un evento de ese tipo era un lujo destinado sólo para unos cuantos privilegiados. Durante la celebración, se sirvieron platillos que algunos de los invitados habían solamente soñado con probar, acompañados de músicos que interpretaban majestuosamente hermosas piezas compuestas en siglos anteriores pero que resonaban aún con toda la gloria pensada por sus compositores. La humilde hija del dueño de un simple local de café, que desde ahora en adelante era conocida como 'la Señora Ackerman' nunca jamás había soñado con una boda así, ni siquiera había soñado con una boda en sí, y ahora se encontraba rodeada de personas que en algún momento dado, la habían criticado, incluso humillado y ahora estaban ahí, alabándola, ofreciéndole regalos y felicitaciones; incluso el alcalde estaba ahí, haciendo comentarios sobre lo bien que estaba quedando la casa, hasta el jefe de policía, aquel que había dicho que el Doctor Jaeger había "tenido suerte de deshacerse a tiempo de esa mujerzuela que solo infectaría a su noble familia" se encontraba bebiendo el fino y caro vino que su esposo había mandado a traer especialmente para la ocasión.

—Malditos hipócritas. —Dijo por lo bajo, pensando que nadie la escuchaba.

—Totalmente de acuerdo, son unos cerdos asquerosos. —Agregó su marido, sentándose a su lado, sosteniendo hábilmente una copa de vino.

—Si piensa eso, ¿Por qué los invitó, entonces?

—Estamos casados, Mikasa, puedes dejar las formalidades. Los invité porque a tus enemigos, los debes tener muy cerca, pero siempre bajo tus zapatos. No a tu lado, y jamás a tus espaldas, siempre abajo, donde pertenecen. —Dijo él, viendo a todos con una mirada fría y calculadora.

—No sabía que ahora los consideraba...perdón, considerabas tus enemigos. —Se volteó hacia él, para tener una mejor perspectiva de su rostro.

—Todo aquel que te haya dañado, mon amour, no obtendrá más de mí que mi absoluto desprecio. —Le respondió, mientras acunaba su rostro con una mano. —Tú sonríe y brinda, verás como en poco tiempo este pueblo se inclinará ante mi Princesa de Oriente. —Agregó, mientras levantaba su copa para brindar con los invitados.

—Estás demente. —Dijo ella con una sonrisa.

—Sí, tal vez. Pero un demente que cumple sus promesas. ¿Bailamos? —Le preguntó, ofreciéndole su mano.

El evento continuó hasta altas horas de la noche, momento en el que los novios decidieron despedirse de los invitados, motivándoles a que siguieran la fiesta aún sin ellos pues debían partir a tomar el ferry que los esperaba pacientemente para llevarlos al gran puerto de Marley para zarpar en su luna de miel. El viejo John, lloraba desconsolado cerca de la playa del pueblo, viendo como su única hija se alejaba; lloraba de tristeza por verla marchar, pero de felicidad por ver que lo hacía al lado de un hombre que le daría todo aquello que él había soñado para ella; aquello que sus manos callosas, aún con todo el trabajo duro que había hecho a lo largo de su vida, jamás podrían haberle podido ofrecer, «Sé feliz, mi amor» decía entre lágrimas.

También entre lágrimas la observaba a la distancia un hombre con el corazón herido, ella lo vio por un breve instante; instante en el que nuevamente la embargó la culpa, pero decidió olvidar y prometerse no volver a dedicarle una mirada a ese hombre que había decidido dejar atrás, y seguir a paso firme con la decisión que había tomado, el primer paso de su nueva vida.

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