Capitulo 4

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Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuanto más se ve, más propia, más personal, más única se hace una vida.
                                                                                                 Rainer María Rilke 

Seelie.

Un jadeo escapó de mis labios y el grito horrorizado quedó atrapado en mi garganta...

La estatua de lejos parecía hecha simplemente con cera, sin embargo, de cerca podía confirmar que era totalmente humana y estaba embalsamada con cera.

Una mujer vestida como una diosa griega, el vestido blanco corto tapaba un hombro a la vez que dejaba descubierto un pecho, su cabello rubio y largo permanecía intacto, su cabeza estaba adornada con una corona de laurel. Sus ojos azules seguían abiertos y su boca pintada de un rojo intenso. Más atrás habían estatuas de hombres y mujeres...

Una en particular llamó mi atención. Un hombre y una mujer enredados entre ellos, apenas tapados con una sábana en sus partes íntimas. Alrededor de ellos parecía un jardín, y ellos permanecían tumbados en el césped. Él sobre ella, de forma que estuvieran haciendo el amor.

Bajo ellos se leía en grande "Amantes condenados".

¿Acaso ni después de muertos podrían tener un poco de paz?

—Es hermosamente terrorífico—susurró en mi oreja—. La mayoría de ellos cometieron actos graves—señaló a la rubia—. Esa zorra apuñalo a Darren y ellos...—apuntó a la pareja—. Se enamoraron e intentaron huir varias veces aún después de ser castigados. Me pareció irónica la escultura. Creyeron que el amor los convertía en seres invencibles cuando solo los condenó—se río.

Era un monstruo y todos los que observaban ese arte macabro eran iguales a él.

—Vamos, tengo prisa—tiró de mí para que camine delante de él.

El museo rezumaba opulencia por todos lados, cualquier lado al que mirases te gritaba poder y riqueza.

Ahora recordaba las palabras de Elizabeth...

Después de lo poco que he podido examinar en el museo comprobé cuánta razón había en sus palabras.

Antes de cruzar por la puerta había un hombre vestido de manera que parecía un metre y tenía sobre una mesa varias tarjetas negras con bordados dorados y el nombre de cada flor o animal en el centro.

Caminamos por un largo pasillo hasta alcanzar una puerta blanca.

Dugan abrió el portón y me lanzó con brusquedad hacia dentro.

—Ahora vendrá una madame para prepararte—se alejó para salir de la pequeña habitación—, si intentas escapar te arrepentirás hasta tu último aliento.

Salió cerrando con llave para asegurarse de que no pudiera escapar.

El habitáculo era tan reducido que apenas tenía un colchón sucio en el suelo y una pequeña ventana en lo alto, no había escapatoria. La ventana, al igual que todas las del castillo, tenía barrotes.

No podía hacer más que sentarme y esperar mi destino.

Por la ventana dejaron de entrar los pocos rayos de sol y dieron paso a la oscuridad.

Pasaron varias horas en las que nadie vino, y yo tenía hambre y sed.

Oí el murmullo de unas llaves, el picaporte se movió.

ARDIENTE AGONÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora