Capítulo 6

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“Nos prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó mencionar que las pesadillas también son sueños”.

                                      Oscar Wilde

Seelie.

***

«Mi reflejo me miraba desde el espejo, vestida de blanco y con el velo sobre mi cara. A mi alrededor solo había oscuridad, no lograba ver nada con claridad… 

Unas manos delicadas se posaron sobre mis hombros. 

—Serás la novia más guapa—sonaba emocionada—. Él no te dejará ir nunca después de hoy… 

Sonreí feliz por sus palabras. 

Esa era la voz de mi mejor amiga.

—¿Tú crees?—pregunté nerviosa—. Tengo un mal presentimiento. 

Mis manos temblorosas no podían sostener el ramo. 

—Claro—me abrazó intentando no llorar—. Piensa solo en el hoy, queda tiempo para el mañana. 

—Estoy segura de que me ama… —sonrió—. Pero sabes lo que esto significa. Su padre jamás estará de acuerdo y nos lo hará pagar. 

—Deja de pensar en su padre—la rabia se notaba en su tono de voz. 

—No puedo—niego con la cabeza desanimada—. Para él estamos arriesgando demasiado y quizá tenga razón. Además que no soy de su agrado, él me ve como la mujer que va a destruir a su hijo. 

Besó mi cabeza y me sonrió. 

—Arréglate—sonríe alejándose—. Él es capaz de subir sino bajas rápido. 

Se alejó y ya no logré verla en la oscuridad. 

Con mi mano temblando levanté el velo para ver mi rostro por última vez… 

Un jadeo escapó de mi boca. 

Mi rostro se veía demacrado, los restos de mi maquillaje recorrían el mismo camino que mis lágrimas y en mis ojos se observaba una tristeza profunda… 

El espejo explotó rompiéndose en mil pedazos frente a mi, las flores marchitas cayeron al suelo y mi alma junto a ellas. 

Todo a mi alrededor seguía siendo negro, mi vestido comenzaba a mancharse de rojo sangre sin casi dejar rastro del blanco original… 

Mis manos estaban bañadas en sangre. 

Me dolía el cuerpo y comencé a perder la consciencia antes de poder lograr llamarlo por su nombre… 

—E…»

Un olor fuerte penetró en mis fosas nasales, intenté girar el cuello para evitarlo pero el simple hecho de respirar me dolía. 

—Por fin...—una voz suspiró aliviada—. Me alegro de que hayas despertado, tenía miedo de que hubieras tenido un derrame… 

Abrí los ojos y lo primero que vi fue el rostro preocupado del doctor. 

—No se si es bueno estar viva…—mi voz sonaba ronca—. ¿Cuántos días han pasado? 

—Tres días—contestó sin expresión—. Te trajo en muy mal estado. Tenías varias hemorragias, contusiones y dos costillas rotas—observa el informe—. Gracias a Dios no perforaron tus pulmones. No habría podido ayudarte en ese caso, no tengo el instrumental necesario. 

ARDIENTE AGONÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora