Capítulo 9

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"Ella brillaba, incluso con el alma rota"

Desconocido.

***

Milán, 10:00 am.

Las calles de Milán rebosaban vida y alegría, los turistas se sacaban fotos con todo lo que veían a su alrededor mientras los habitantes de aquella hermosa ciudad seguían con sus rutinas.

Camille transitaba por la avenida en dirección a la Piazza del Duomo empujando su carrito. Ella era una artista callejera, vivía de vender sus cuadros a turistas o amantes del arte que se enamoraban de su trabajo. Dejó su pueblo natal, aventurándose a seguir sus instintos en el país vecino para poder darle un futuro mejor a su familia.

Hoy le tocaba llamar a su hermana para saber cómo seguía su mama de la enfermedad que padecía. Se acercó a la misma cabina que usaba todas las semanas e insertó los pocos euros que le quedaban en el bolsillo.

Varios pitidos más tarde, su hermana cogió la llamada:

—Ya te extrañaba—Charlotte respondió en francés—. Tenías que haber llamado ayer—la tristeza se vislumbraba en su reproche.

—Lo sé, pero te juro que he estado ocupada—recordó lo ocurrido el día anterior.

A veces cuando no podía pagar sus gastos y enviar dinero a su familia debía recurrir a métodos que no le gustaban, pero que la necesidad le empujaba a hacer...

Si tan solo su papa no hubiera sido un policía corrupto que ahora se pudría en la cárcel, ella no tendría que recurrir a eso.

—No te preocupes, ¿Cómo te va en la galería? —esa era una de las tantas mentiras que les había contado.

—Estoy bien, Charlotte—sonrió nostálgica—. ¿Ustedes cómo están?

—La doctora ya nos avisó de que la enfermedad es degenerativa—Charlotte le informó con voz entrecortada—. Sabemos cuál es el final...

—Seguro podremos hacer algo—animaba Camille—. Te prometí conseguirles los mejores médicos y lo voy a hacer.

—Camille, ya estás haciendo mucho—hizo una pausa—. Pagas los gastos de mamá, mi escuela y la casa sin quejarte de nada. Nosotras solo te queremos aquí, por favor...

Las lágrimas resbalaban por su rostro sin impedirlas.

—Aun no puedo volver—el teléfono comenzó a sonar—. Tengo que terminar la llamada.

—Te amamos.

—Y yo a vosotras, no lo olvides.

Colocó el teléfono en su lugar y siguió hacia su destino.

En la plaza los turistas comenzaban a arremolinarse alrededor de los artistas, admirando lo que hacían. Camille pintaba el cuadro colocado en su atril mientras tanto sus otras obras de arte terminadas estaban en torno a ella.

La música sonaba fuerte al mismo tiempo que daba sus últimas pinceladas al maravilloso atardecer en la toscana que había trazado en el lienzo.

Sentados en un restaurante no tan lejos de allá, Marco D'Angelo llevaba a cabo sus negocios con la conocida bielorrusa, Lilith Kovalyova, una mujer fría e inteligente que tuvo que pisar muchas cabezas para llegar al puesto de dux bielorrusa. En un mundo lleno de hombres, ella consiguió hacerse notar y mostrar su fiereza para evitar ser derrocada por otros clanes bielorrusos.

—El pacto nos beneficia a ambos—ronroneaba Lilith—. Acéptalo, Marco.

—Te beneficia más a ti que a mi—la voz ronca del italiano era muy atrayente—. Eres consciente de que no eres tan fuerte como aparentas y las hienas lo huelen—miró desde la ventana al centro de la plaza.

ARDIENTE AGONÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora