Capítulo 1

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"No hay mayor dolor, que recordar los tiempos felices desde la miseria"

                           Dante Alighieri

Seelie.

Hoy era sábado y ya llevaba varias cajas de mudanza llenas con mis cosas. No tenía muchas cosas pero las pocas que tenía eran de gran valor sentimental. Mi casera, la señora Margot, era una adorable anciana que había fallecido por un infarto agudo de miocardio y su hija heredó sus bienes. Lo primero que hizo fue venir a darme el aviso de abandonar el apartamento o pagar el triple de alquiler. La señora Margot fue una buena persona y comprendía mi situación, muchas veces venía al apartamento para tomar el té y traía galletas, pero su hija no era como ella, solamente le interesaba el dinero. Aún recordaba las palabras de su madre...

«La soledad solo te castiga con los malos recuerdos mientras que el amor te llena de buenos. Algún día volverás a amar y será tan arrollador e intenso que te quemará de pasión y esa llama no la apagarán ni los años ni la distancia».

Dudaba de volver a amar pero esa tarde no se lo dije y al día siguiente ella ya no estaba en este mundo. Siempre me decía que se quería reunir con el amor de su vida, su marido, que murió en la guerra dejándola embarazada y destrozada.

Ella ya era feliz junto a él en el cielo pero nosotros habíamos perdido un alma brillante y bondadosa.

Me mudaba a vivir con Janeth hasta que pudiera conseguir algo adecuado a mi presupuesto, y esperaba no tardar en encontrar un piso decente. Después de acomodar las cajas, comer y mimar a Moon, comencé a prepararme para mi cita con Matthew. No sabia que ponerme así que opté por un vestido de tirantes gruesos verde esmeralda que llegaba hasta casi las rodillas con unas sandalias planas y un bolso pequeño. No solía maquillarme, así que simplemente me puse brillo en los labios y me até el cabello en una larga coleta.

Me acerqué al espejo y miré atentamente mi reflejo, mi cabello castaño oscuro ahora recogido me llegaba hasta la cadera, mis pómulos marcados, labios carnosos y pupilas azules verdosas. Él me decía que yo tenía la belleza de una muñeca de porcelana, se debe admirar de lejos pero la debes tocar con suavidad por miedo a romperla. Se equivocaba, porque yo estaba rota desde hacía mucho.

«—Estás preciosa vestida con cualquier cosa—me abrazó por la cintura observándome en el reflejo del espejo.

—Lo dices porque me quieres—sonreí pellizcando suavemente su brazo—. Sabes que es importante para mi. La academia nos exige ir arregladas esta noche—peiné mi cabello.

—Lo sé, estaré ahí cerca tuyo viendo lo sexy que eres y agradeciendo que seas totalmente mía—besó mi hombro desnudo y colocó sus manos sobre mi vientre—. Siempre estoy cuidándolas, no lo olvides nunca».

Sonó el timbre y Moon maulló desde el sofá como si fuera la reina del mundo y nosotros sus siervos.

Abrí la puerta y apareció Matthew frente a mí.

—Hola, entra voy a coger el bolso y las llaves—lo invité a entrar a mi pequeño apartamento pero se negó ya que debíamos irnos.

—Estás preciosa.

Él también estaba atractivo con esa camiseta negra que se ceñía a sus músculos y esos vaqueros negros ajustados.

Mi jefe era consciente de su atractivo.

—Tú también estás bien—lo admiré unos segundos mientras cerraba la puerta—. Has sido puntual y eso no es propio de ti.

—Auch, solo un simple "bien"—hizo comillas con los dedos—. Y me rematas clasificándome como impuntual cuando llevo meses detrás de la chica más preciosa que he conocido en mi vida, ¿Estás loca?

ARDIENTE AGONÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora