Capítulo 7

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Me gustan los vicios, aborrezco la virtud; soy enemigo jurado de todas las religiones, de todos los dioses; no temo ni las desgracias de la vida, ni las consecuencias de la muerte; y aquel que se parece a mi, es feliz.

                   Marqués de Sade

***

Glasgow, 9:00 am.

Los pasos apresurados de los empleados resonaban en las paredes, las mujeres se retocaban el labial mientras que otras se subían más las faldas, los hombres temblaban mientras se ajustaban las corbatas.

En el ambiente se percibía el miedo y el respeto mezclados. Todos vigilaban el reloj nerviosos por la llegada del jefe.

Las manos de la becaria temblaron provocando que las tazas de café se derramaron sobre el suelo.

—¡LIMPIA ESO RÁPIDAMENTE!—gritó histérica Susan—. Si el jefe llega y sigue sin estar limpio te arrepentirás.

La joven rápidamente corrió a limpiar el destrozo

—¡YA LLEGÓ!¡Está aquí!—gritó una de las secretarías.

Los coches blindados estacionaron frente a las grandes puertas de la empresa. Los guardaespaldas armaron un pasillo hasta la entrada y del coche bajaron dos hombres apuestos.

El primero era rubio, de ojos verdes, con una mandíbula cuadrada, unos labios carnosos adornados con una brillante sonrisa y un cuerpo trabajado envuelto en un traje beige a juego con unos mocasines marrones oscuros. Su altura era similar a la del otro hombre sin embargo era lo único que tenían parecido.

El segundo hombre era frío como un témpano de hielo, tu instinto te decía que debías huir pero algo en él te hacía sentir atraída como una polilla a luz

Su altura imponía, vestía con un traje negro sin corbata, su cabello negro azabache permanecía despeinado, su rostro era muy apuesto, unas pestañas enmarcaban unos ojos azules grisáceos, una nariz fina y una boca apetecible. Su mandíbula con barba de pocos días permanecía apretada.

Escuchar el parloteo continuo de Alexander lo enfurecía.

Sus ojos miraron hacia la torre que le pertenecía, su apellido escrito en gigante brillaba bajo el sol de Escocia.

Con cada paso que daba veía como sus empleados bajaban las cabezas con miedo a cruzar su mirada con él. Le satisfacía ver el terror y el respeto que inspiraba en todos ellos.

Las mujeres se tocaban el cabello intentando llamar su atención mientras que los hombres querían todo lo contrario.

Subieron al ascensor y se dirigieron hacia la última planta donde estaba el despacho de él.

Durante las próximas horas hablaron sobre negocios e inversiones. El apellido Zaitsev era conocido mundialmente, liderando en las listas de empresarios más exitosos.

Alexander se fue dejándolo a solas con su secretaría mientras que marcaba el número de su esposa.

—¿Se le ofrece algo más, señor?—habló nerviosa Susan.

Su escote llamó la atención de él, pero sin embargo le apetecía probar algo nuevo esta vez.

—¿Cómo se llama la chica que rompió las tazas?—su voz hizo temblar de miedo y excitación a Susan.

Se sorprendió porque descubrió lo ocurrido sin haber presenciado la escena.

—Brittany, señor.

ARDIENTE AGONÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora