V: Confesiones.

716 46 35
                                    

Cuando a la mañana siguiente Harry despertó con unos fuertes brazos rodeándole, le costó bastante reaccionar sobre todo lo que había ocurrido. El dolor de su espalda ante el roce de su camiseta y el olor inconfundible de Draco fueron lo que le hicieron reaccionar.

Abrió sus ojos lentamente sin deseo de moverse y de despertar a Draco, porque en esa posición se estaba demasiado bien, y acarició levemente su torso notando la barbilla del rubio contra su cabeza. Su corazón latía a mil por hora, se notaba que Draco estaba dormido solamente por su respiración profunda, y Harry no deseaba ser la persona que perturbara su sueño.

El día anterior había sido un completo desastre y se tuvo que aguantar el sollozo cuando todos los recuerdos se agolparon en su mente.

Había ido a tomar el té a casa de los Wayne, que tenían un hijo pequeño al que Harry solía darle clases partículares. Había salido con él al jardín para jugar un rato con el más pequeño, Alexander. Harry le adoraba y el sentimiento era mutuo, Alex siempre se emocionaba mucho cuando Harry llegaba y era el único al que le hacía caso, por eso además de darle clases solía ir a su casa a hacer de niñero cuando los patriarcas deseaban pasar un tiempo a solas fuera de su hogar y de su vida familiar.

Lo que el azabache recordaba era estar jugando con él a las escondidas, caminando por el jardín sabiendo perfectamente dónde se encontraba el más pequeño pero fingiendo que no, luego se sintió algo ido, mareado, y de repente ya no recordaba nada más. Lo próximo que venía a su memoria era estar en la cama de un hospital con el doctor Black mirándole fijamente y una vía en su brazo, además de sus padres con una falsa expresión de amabilidad hacia el doctor Black pero de profunda rabia hacia Harry, que supo inmediatamente que la había cagado y recibiría un fuerte castigo.

- ¡Despertaste!- Había dicho el doctor. Harry se removió incómodo.- Te hemos estado haciendo las pruebas estando tu inconsciente, así que de eso te libras.- Le informó con simpatía. Harry trató de sonreírle pero se sentía verdaderamente exhausto.

El doctor le puso una luz sobre ambos ojos, uno detrás del otro, le preguntó cuantos dedos veía y le hizo seguir su dedo índice con la mirada. Todo lo hizo bien por lo que el doctor se dispuso a hablarle.

- Le estaba comentando a tus padres que solo ha sido un bajón de azúcar, que no sería nada grave si no fuera por los resultados de las analíticas que son bastantes alarmantes.

Recordaba como su corazón comenzó a latir a mil por hora, como empezó a pensar lo peor y por su cabeza pasaron todas las posibles enfermedades mortales que podía tener.

- Harry, cariño.- El doctor Black le sonrió con dulzura y acompañó ese gesto sujetando su mano. Harry se sintió tratado como una delicada muñeca de porcelana. El doctor Black era muy simpático y muy dulce, le caía muy bien; había sido su médico desde que dejó el médico pediatra y fue asignado a un doctor acorde a su edad. - No eres el primero ni último caso que llega aquí de este tipo.- Miró también a sus padres, después volvió a mirarle a él.- ¿Estás comiendo bien?

- Sí.- Dijo rápidamente.

- Harry... Por favor. Dí la verdad. ¿Estás comiendo bien? No te vamos a juzgar.

- Sí, lo que pasa que he estado ayunando por penitencia.- Mintió preso del pánico sabiendo por dónde iba el asunto.

El doctor le lanzó una mirada que le decía claramente que no le creía, y Harry se sentía cada vez más nervioso y asustado.

- Te vamos a pesar ahora, ¿te parece bien? ¿Puedes levantarte sin problema?

- ¿Para qué me vais a pesar?- Replicó nervioso.

Sinners.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora