XIII: El yin y el yang.

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Cuando Harry se enteró de que Draco se marchaba una buena temporada, años y años, por los labios de Ron, se tuvo que sentar en el sofá temeroso de que en cualquier instantes sus extremidades inferiores fallaran y se cayeran en redondo al suelo. Ahogó un gemido de puro dolor tapándose la boca.

No lo iba a ver nunca más.

Las cosas entre ellos dos habían estado nefastas, más todavía desde aquella discusión donde Draco le había apartado de golpe cuando le estaba haciendo aquella felación a Theo por un reto —se quería morir cada vez que pensaba en ese momento—. Ahora en lugar de ignorarse todo el tiempo, que también lo hacían, se soltaban comentarios mordaces y crueles el uno al otro. Y sí, Harry también lo hacía. Tenía tanta rabia dentro, tanto dolor, que hacía meses que había mandado a la mierda lo que era políticamente correcto, ¿de qué le había servido hasta ese momento? Ni que Dios le hubiese recompensado. Aparte, era consciente a esas alturas de que su incapacidad para demostrar emociones negativas, fuera a ser enfado, agresividad u odio; su pensamiento que no le permitía vivir de que tenía la culpa de todo, incluso aquellas veces cuando le trataban mal era su culpa; que tenía que perdonar a todo el mundo menos a sí mismo, que no podía gustarse ni ensalzar ningún aspecto o acto positivo de sí mismo porque era narcisismo, que tenía que justificar todos los daños sin responder ni medianamente de forma negativa, que debía ser perfecto y correcto con todo el mundo y aguantar los golpes, porque quizás según ellos su misión en el mundo era reconducir caminos torcidos ajenos y ser un saco de boxeo. Había normalizado las palizas y los duros castigos de sus padres como lo único correcto, había justificado el acoso escolar de parte de toda su escuela, había creído que su actitud ante la vida y ante otras personas era normal; y todo por culpa de sus dos progenitores que jamás actuaron como tal con él.

Muchas veces, bastantes, recordaba a Beth, a su hermana mayor. Recordaba su pelo negro y muy largo, lo tenía ondulado como él. Sus ojos también eran verdes, y aunque recordaba como todo el mundo ensalzaba el enorme parecido entre ellos, al igual que recordaba lo orgulloso que se sentía, no lo consideraba así. En sus recuerdos, Beth era la chica más bonita del mundo, porque sí, solo tenía sus recuerdos; sus padres habían eliminado cualquier indicio que demostrara que había existido. Incluso convirtieron su habitación en el lugar donde le encerraban para castigarle duramente y que tuviera una mala connotación sobre cualquier cosa relacionada con su hermana. A pesar de todo, de lo pequeño que era, Harry la recordaba muy bien, aunque si era cierto que no era capaz de recordar su voz, por muy estúpido que sonara, y le hubiese encantado poder.

Harry recordaba con demasiada claridad esos momentos donde se escondían de sus padres, donde Beth le rodeaba con los brazos cubriéndole todo el cuerpo y le cantaba las canciones de Disney favoritas de ambos, mientras en el fondo, se escuchaban los gritos de ambos monstruos buscándoles después de que alguno de los dos no hubiese sido el perfecto hijo ejemplar que sonreía mientras le escupían. Recordaba relajarse con la voz de su hermana, sentirse a salvo y protegido. Recordaba cuando le miraba y le prometía que en cuanto cumpliera la mayoría de edad se irían los dos muy lejos y vivirían los dos para siempre juntos, sin ningún padre ni madre. Añoraba sus besos en la frente, sus manos peinando su pelo que ya entonces era rebelde, añoraba cosas que quizás no debería recordar con tanta claridad porque le destruía por dentro. Y recordaba con rabia las veces que le prometió que jamás le dejaría solo, y mucho menos con ellos. Pero lo hizo.

Le dejó solo siendo el único desahogo de sus padres.

La muerte de su hermana y lo que vino después fue tan traumático que tenía esa parte eliminada de su vida, a penas recordaba nada. Pero si se acordaba de que fue un tormento, recordaba el después donde sus padres se encargaron de convertirle en un ser robótico a base de los más duros castigos, las palabras más horrendas que hicieron mierda su autoestima y las palizas más brutales. Y por si no era suficiente, en esa época Tom Riddle empezó a hacerle la vida imposible y Harry se creó un mundo aparte del real donde guardó todas sus emociones y no se permitió sacarlas a flote, ni emociones ni pensamientos negativos, porque si no, había llegado a un punto donde se castigaba a sí mismo por todo lo que habían metido en la cabeza. Reprimir tanto le destrozaba el alma y la mente y ni él mismo se estaba dando cuenta.

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