II: Triángulo amoroso.

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A la mañana siguiente, Harry le despertó con su típica dulzura, y Draco respondió como siempre con un vete a la mierda. Al cabo de varios minutos donde se repuso, se encontró con que estaba solo en la habitación. Se vistió muy lentamente, no iba a ir rápido y a estresarse encima de que iba a ir al lugar que menos deseaba ir en el mundo.

Él en misa. ¿En qué mundo de locos podría ser algo así posible? Draco solo deseaba morirse, que ocurriera una catástrofe mundial y murieran todos. No le importaba nada.

Harry subió un momento después. Llevaba una camisa de botones verde que hacía juego con sus ojos y unos pantalones de lana negros —en verano, por el amor de Diós—, pero su cabello continuaba tan desordenado como siempre. Aún así se quedó embelesado con la belleza del menor.

Draco continuaba maravillándose, aunque nunca lo expresara en voz alta. Había conocido a tantos hombres —y mujeres— en su vida, de todo tipo, de todas las clases, y nunca nadie había sido tan solo físicamente comparable a Harry Potter, y lo peor es que ni él mismo parecía darse cuenta de lo hermoso que era. Le miraba mucho, cuando Harry estaba entretenido, solamente por el simple gusto que te proporcionaba mirar algo tan bello.

Le recorrió de arriba a abajo con los ojos. La ropa era más holgada que la que se había puesto aquella primera semana, por lo que podía apreciar su cuerpo esculpido por los dioses griegos. Dentro un cuerpo que podría tener un niño de prácticamente quince años, estaba para comérselo y chuparse los dedos. Sabía que Harry hacía ejercicio, se lo había escuchado a sus padres y lo veía recién duchado por la mañana después de ello. Draco no quería ni preguntar a que hora se despertaba para ello.

- ¿Draco?- La voz de Harry sonó por primera vez haciéndole reaccionar. Sus cejas estaban arrugadas pero aún así el gesto suave de su rostro no se iba. Le ponía los nervios malos.

- En el culo te la aparco.- Rimó a la defensiva. Le cabreaba demasiado la fachada de niño bueno de Harry. Aunque todavía llevaban una semana juntos; solo le quedaba aguardar pacientemente hasta que el azabache mostrara su verdadero rostro. Si no, nunca iba a saber a que se enfrentaba.

Pero Draco nunca había sido paciente, y menos si se trabaja de ir en desventaja con una mosquita muerta.

- ¿Qué?- Harry no se veía ofendido, si no muy pero que muy confundido.

- Te falta calle, Rayo Mcqueen.- Era un mote que se le acababa de ocurrir pero que le parecía maravilloso por la cicatriz que tenía en la frente en forma de rayo.

- No lo entiendo. ¿En el culo me la aparcas? ¿El qué? ¿El coche?

Draco le miró boquiabierto. Esto no podía estar pasando, seguramente se estaba quedando con él, por lo que se enfureción. ¿Acaso le tomaba por tonto?

- Si el coche, Harry, el coche.

- Oh...- Agachó la cabeza pensativo, pero unos segundos después volvió a fijar sus ojos verdes sobre los suyos.- ¿Y por qué?

- ¿Por que qué?

- ¿Porque me vas aparcar un coche en el culo?

- Satanás bendito sálvame de esta tortura...

- No le nombres por favor.- Gimoteó exasperado llevándose su mano a la cruz. Unos segundos después cerró los ojos con fuerza y empezó a murmurar algo no aludible. Draco supuso que rezaba.

Puso los ojos en blanco asqueado y se marchó de la habitación, pegándole tal empujón al menos que le golpeó contra la pared muy fuerte. Eso tuvo que doler, porque sonó como algo que dolía.

- Maldito bicho raro...

Después de desayunar, Harry bajó con los ojos rojos y el rostro hinchado. Había estado llorando. El rubio le miró patidifuso sin poderse creer lo que veían sus ojos, ¿de verdad el loco se había puesto a llorar porque había nombrado a Satanás? Para mear y no echar gota era la situación.

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