Capítulo 21

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—¿Dónde vives?

Su pregunta me toma desprevenida, creía que nuestro futuro se orientaba por su propuesta de irnos lejos donde me había indicado antes.

Bah, ya ni sé si me dijo de un lugar específico, pero estar acá en su auto de altísima gama deshecha en el asiento a su lado de copiloto con el río frente a nuestros ojos y unas ganas brutales de poder llevar a cabo la idea de escapar es lo que más me atrae.

No era parte de los planes contestarle.

Observo su barbilla perfectamente recortada por afeitadora profesional mientras se acomoda el cuello de su camisa frente al espejo retrovisor.

—¿Estás bien?—me pregunta, echándome un vistazo de costado. Creo que la mandíbula me tiembla porque intento acomodarla agachando la mirada para que no note mi evidente desilusión.

—Creí que tu idea era...algo así como huir. Marcharnos lejos. ¿No era lo que querías? Yo... Quizá no lo entendí bien. Lo siento.

—¿Por qué te disculpas?

Se vuelve a mí y levanta mi barbilla con dos dedos bajo el mentón.

—Porque... Yo creí que esta vez sería...diferente.

Y dicha esta última palabra, mi voz se quiebra, llenándose mis ojos de lágrimas y volviéndose ancho mi pecho ante las ganas de inhalar profundo para oxigenar mis pulmones. No quería terminar de este modo la noche, creí que sería una oportunidad feliz.

—Oye, pero ¿por qué lloras?

Seguramente se siente mal por algo en específico, pero no es lo que conviene a mis intereses, hay mucho más de lo que aún no hemos hablado, por ejemplo de que su familia podría llegar a ser un impedimento para que seamos felices.

—Porque pensé que yo te...te importaba.

Casi escucho la manera en que su nuez de adán se tuerce en cuanto traga saliva del nerviosismo al escucharme quejar.

—Tú...Me importas, Ema. Pero dime qué rayos hacías ahí metida con esas chicas. Tú no eras así, tu eras una chica dulce y angelical cuando te conocí.

—¡Y tu no eras precisamente soltero! ¡Le ponías los cachos a tu esposa conmigo!

—No me grites.

—¡No te estoy gritando!

—¿Dónde querías que fuéramos? A coger y punto.

—¡No!—le suelto, herida—. ¡Me hiciste pensar otra cosa para convencerme de que me amabas, cuando no era así!

—¿Amor? ¿De qué carajos hablas, Ema?

Esta vez sí creo que escucho mi corazón partirse en muchos pedazos, todos juntos, tras escucharle hablarme de esa manera.

—¿Acaso...no...?—demonios, esto es definitivamente la clase de momentos en que necesitaría que la tierra se parta para meterme ahí bien profundo—. ¿Sabes una cosa? Olvídalo. Abre la puerta, quítale el seguro que me marcho.

—No empieces con eso, ¿sí? Te dejaré en tu casa y luego nos veremos cuando querramos coger alguno de los dos.

¿Eso es todo para él? Creía que por fin había recapacitado, pero ese tiempo ignorándome, evadiendo mis sentimientos y la necesidad de verlo es justamente la clase de situaciones que me demuestran que a Isaac no le importo un bledo.

—Abre. La. Puerta—digo, como si pudiese morder cada una de las palabras.

—No. Vamos, yo te llevo.

Entonces el sonido llega mucho más tarde de lo que mis propios pensamientos son capaces de procesarlo con detenimiento.

¡BOOM!

—¡QUÉ CARAJOS HACES!—estalla Isaac.

Ouch.

Me duele el codo.

Le he dado un golpazo a la puerta con todas mis fuerzas, pero me siento demasiado nublada como para ponerme a negociar una estupidez, todo para que luego vuelva a hacerme sentir una estúpida zorra a la que puede usar cuando quiera.

—¡ABRE LA PUERTA!

Y vuelvo a darle otro... ¡BOOM!

—¡Ya, ya!

Él quita el cierre centralizado. Abro la puerta de un envión que casi consigo descolgarla de sus agarres y bajo, pero de camino, Isaac me sujeta de un brazo.

—No vuelvas a aparecer en mi vida—me dice, tajante.

Intento soltarme de él hasta soltarme.

—Vete al carajo, Isaac. Vete con tu jodida familia a la que seguramente verás al regresar a la cama de tu cochina esposa.

—¡En serio lo digo, Ema! ¡No me jodas a mí ni a mi familia!

Le cierro la puerta mostrándole un Fuck You con ambas manos y él retrocede con el auto tan rápido que me tira hacia atrás de bruces al suelo terroso a orillas del río donde me trajo para cogerme.

—¡IMBÉCIL!—le grito.

Y me quedo deshecha llorando a moco tendido por haber caído nuevamente en sus trampas y juegos sucios.

Nunca nada me había dolido tanto como esto...

Muñeca Mía | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora