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Jimin pronunció una fiera maldición y permitió que su espada pasara solo por delante de la mujer, sin realmente llegar a tocarla. La acción levantó una delicada brisa a través de las rojizas oscuras hebras de su pelo. El hecho de que podía ver su color natural, una tempestad de carmín oscuro que caía alrededor de sus hombros, lo asustó bastante como para vacilar en destruir al poseedor de tal brillantez.  El luchó para salir de su shock y agarró su arma a su lado, intentando preparar los miembros para que causaran la destrucción. Intentando forzar la helada determinación y hacer a un lado los pensamientos de piedad o pena. Él sabía lo que tenía que hacer. Golpear. Destruir.  Ese era su juramento. 
Pero su cabello…
Sus ojos se abrieron al primer consumo de color en más de trescientos años. Sus dedos hormigueaban por tocarlo. Sus sentidos tenían muchas ganas de explorarlo. 

Mata, exigió su mente. ¡Actúa! 

Le rechinaron los dientes y sus hombros se pusieron rígidos. La voz de su tutor hizo eco a través de él. 

“Matar a los Viajeros es tu obligación. Matarlos es tu privilegio” 

Había veces, igual que ahora, en las que aborrecían las tareas que realizaba, pero nunca ni una sola vez había dudado en hacer lo que era necesario. Simplemente había continuado, asesinato tras asesinato, sabiendo que para él no había otra alternativa. Su fuerza vital de dragón había dominado hace mucho su lado mortal. Había una conciencia viviendo dentro de él, sí, pero se había marchitado por la falta de uso.  Entonces, ¿Por qué vacilaba ahora, con esta viajera? 

La estudió. Las pecas punteaban cada pulgada de su piel, y las manchas de suciedad estropeaban su barbilla. Su nariz era pequeña y mágica, sus pestañas gruesas, cubiertas de hollín, y tan largas que hacían sombra en sus mejillas. Lentamente abrió los ojos, y él succionó un acalorado aliento. Sus ojos eran verdes espolvoreados con matices almendrados, cada color nublado con determinación y temor. Estos nuevos colores lo hipnotizaron, lo embrujaron. 
Hacían que todos sus instintos protectores salieran a la superficie. Peor...  No debería haber sido posible —dioses, no podría serlo— pero el deseo se enroscaba dentro de él, un agarre tan poderos que se negaba a soltar su apretón. 

Cuando la mujer se dió cuenta que la punta de su espada señalaba el suelo, ella se agachó lentamente poniéndose de cuclillas, agarrando un extraño objeto metálico. Él solo podía suponer que ella estaba en posición de ataque. Estaba asustada, cierto, pero para sobrevivir lucharía con él con todas sus fuerzas. 
¿Podría realmente destruir tal valentía? 
Sí, debía hacerlo. 
Iba a hacerlo. 

Quizás realmente era la despiadada bestia que Minsuk le había llamado. No, seguramente no, pensó él al instante siguiente. Las mismas acciones que le convertían en malo lo hacían un guardián de la paz y proporcionaban la seguridad a todos los que residían en Atlantis. 
No podía ser de otra manera.

Todavía, mirando a esta nueva intrusa, realmente mirándola, él se sentía como una bestia. Sus facciones eran tan ingenuas, tan angelicales, chispas de alguna emoción poco conocida chisporrotearon en su interior. ¿Preocupación? ¿Pena? ¿Vergüenza?¿Una combinación de las tres? 

La sensación era tan nueva, tenía problemas para identificar exactamente lo que era. Que hacía a esta viajera tan diferente del resto de los otros para que él viera colores—y los dioses lo prohibieran, ¿sentía deseo? ¿El hecho de que pareciera una reina de las hadas? ¿O el hecho de que ella fuese todo lo que él siempre había deseado en secreto—hermosa, gentil y divertida—pero que sabía que nunca tendría? 
Sin invitación, su mirada se bebió todo el resto de ella. No era alta, pero tenía un porte regio que le daba un aire de altura. Que su piel estuviera manchada de mugre y sudor, no le quitaba nada de mérito. Sus ropas fijaban sus curvas a la perfección y le daban a su belleza un apropiado homenaje. 
Sensaciones más que inoportunas palpitando a través de él, sensaciones innombrables. Sensaciones odiadas. Él no debería sentir nada; debería permanecer aislado. Pero lo sentía. Y no era él. Anhelaba pasar las yemas de sus dedos por todo ella, sumergirse en su blandura, beber de su brillante colorido. Anhelaba saborearla, sí, realmente saborear todo su cuerpo y ahuyentar el sabor de la nada. 

드래곤의 심장 [Aԃαρƚαƈιóɳ] »»--★PJM y _____★--««Donde viven las historias. Descúbrelo ahora