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Con el medallón robado en su bolsillo, Max agarró la mano de Youngmi en la suya, agradecido por su calidez, su suavidad y su fuerza. 
Lo recorrió un estremecimiento. No por el frío o la pérdida de sangre, si no por el fuerte hambre inducida por las drogas. Él ansiaba, oh, como ansiaba más de esas malditas sustancias. Tenía la garganta seca. La cabeza le latía, incrementando un sordo dolor que sabía que pronto se convertiría en un furioso infierno de dolor. Necesitaba esas malditas drogas y le horrorizaba que una parte de él quería quedarse aquí y esperar por otra dosis. 
La otra parte de él, la parte sana, proyectaba imágenes de su hermana y su madre atravesando su mente. La siguiente imagen que le vino fue de Youngmi siendo arrastrada, herida de la peor manera posible. Esa imagen se quedó, abasteciendo de combustible una chispa de cólera. Y eso se sobrepuso al hambre. 
Iba a dejar ese lugar esa noche.  Salvar a Youngmi era necesario para su paz mental. Se lo debía. Estaban juntos en esto; Se ayudaban el uno al otro. 

—¿Estás lista? —le preguntó. Habían esperado a que el palacio estuviese en silencio, y ahora el silencio los envolvía como una presa. 

—Lista. —respondió ella. 

—Te mantendré a salvo, —le prometió, rogando que fuera verdad. 

—Y yo te mantendré a salvo a ti, —replicó ella, su tono más seguro que el de él. 

¿Cómo había podido siquiera dudar de ella? Se preguntó Max. Él le apretó la mano. 

—Hagámoslo. 

Juntos caminaron hacia las puertas, y las gruesas barreras de marfil se abrieron deslizándose suavemente, como si nunca hubieran ofrecido ninguna resistencia. Cuan simple, pensó él. Lleva un medallón y entra y sal a tu placer. Respirando profundamente, Max apresuró a Youngmi a dejar la celda. Él mantenía sus pasos ligeros, pero el corazón le retumbaba en el pecho. 
Cuanto más se alejaban de la celda, más frío se hacía el aire, agrietando su piel. La niebla ondeaba sobre ellos igual que una tormenta de nieve, tan espesa que solo podía ver lo que había directamente frente de su rostro. Hielo seco, se dió cuenta, recordando como Jason se había jactado de enviar las bolsas de este a través del portal. La escarcha crujía bajo sus botas.  Estaba agradecido a la niebla. Le abrazaba en estas escalofriantes profundidades y le mantenía oculto de la vista. Usando su mano libre, arrastró las yemas de los dedos sobre la pared, dejando que la rugosa textura fuera su guía. 
Detrás de él, el cuerpo de Youngmi temblaba. Él liberó su mano y ancló su brazo alrededor de su fina cintura, atrayéndola al calor de su costado, frotando su mano sobre el congelado brazo. 
Su delicada esencia golpeó su nariz, calentándole la sangre. Deseaba poder ver su rostro, deseaba poder ver la brillante niebla creando un halo alrededor de ella porque sabía más allá de duda alguna que sería la visión más erótica que había visto jamás. 

—Estoy aquí, —la calmó él. 

—El frío… me debilita, —dijo ella, temblando. 

Su propia debilidad lo hacía temblar, también, pero él utilizó su fuerza para mantenerlos a ambos estables.

—Te mantendré caliente, —dijo él.

Cuando se escabulleron atravesando lo más profundo del palacio, Max esperaba que las alarmas saltaran. Esperaba que los rodearan hombres armados con pistolas. En vez de eso, silencio. 
La pared acabó demasiado rápidamente, y se quedó solo con el aire y la niebla para guiarle. 
¿A dónde iría desde aquí? La fantasmal niebla era demasiado espesa. Mientras pensaba, una solitaria figura aparición entre la niebla y dió la vuelta a la esquina.  Invisible, Max obligó a Youngmi a moverse rápidamente tras él, esperando hasta que el hombre acortara la distancia. 
El vello de la parte de atrás de su cuello le hormigueaba con tensión con cada minuto que pasaba.
Cuando el guardia se acercó lo suficiente, Max no se permitió pensar. Simplemente lanzó un puñetazo a la expuesta tráquea del hombre, cortándole el aire. 
Gorjeando, se desplomó con fuerza y rapidez. Max no sabía si lo había matado, pero no le importaba.  Poniéndose en movimiento, le quitó el abrigo y envolvió los hombros de Youngmi con él. El espeso material marrón tragó su diminuta figura. Buscó un arma, pero no vió ninguna. Cuando tropezó con un caído extintor, lo levantó y se pasó las correas por los hombros. No era un arma fantástica, pero tendría que valer. 

드래곤의 심장 [Aԃαρƚαƈιóɳ] »»--★PJM y _____★--««Donde viven las historias. Descúbrelo ahora