𓆈9𓆈

157 30 1
                                    

—Hogar.

Suspiró _____ cuando dejó las llaves y el monedero, depositándolos sobre la pequeña mesa a un lado de la puerta principal. Se acomodó en su dormitorio, el sonido de los ruidosos autos llenaba sus oídos. La luz del sol impactaba directamente en su línea de visión desde las abiertas persianas, demasiado brillante, demasiado alegre. No estaba de buen humor. Había pasado la semana con los Argonautas. Pese a que habían sido perfectamente solícitos con ella, habían fallado en encontrar cualquier pista acerca del paradero de su hermano. Ni siquiera ella la tenía. Cada día había llamado a su celular. Todos los días había llamado a su departamento. Nunca había respondido. No había tenido suerte en rastrear el vuelo que había tomado para salir de Brasil. Finalmente había tomado el avión y aquí estaba, pensando en que no sabía lo que iba a hacer. ¿Dar parte a personas desaparecidas? ¿Contratar un investigador privado? Soltando otro suspiro, agarró el teléfono inalámbrico apoyado en el borde de su escritorio. Tres nuevos mensajes de voz, todos de su madre.
______ marcó el número de su hermano. Un tono, dos. Tres, cuatro, cinco. No hubo respuesta. Le llamó al celular. Allí tampoco hubo respuesta. Colgó y marcó el número de su madre.

—¿Hola? —respondió su madre.

—Hola mamá.

—______ Hudson. Mi identificador de llamadas me dice que estás llamando desde casa.

La acusación bordeaba su voz. ______ se la imaginó sentada en la esquina de la cocina, una mano sobre la cadera mientras miraba las cortinas de cuadros rojos que colgaban en las ventanas.

—Volé a casa ayer por la noche.

—No me había dado cuenta que en Brasil no había tecnología moderna.

—¿De qué estás hablando?

—Teléfonos, ______. No me había dado cuenta que no había teléfonos en Brasil. Ella puso los ojos en blanco.

—El rumor que has oído, el que dice que hay cabinas telefónicas en todos los árboles de la selva, bueno, es falso.

Ignorándola, su madre dijo.

—No he recibido ni una llamada de mi única hija. Ni una. Ya sabes cómo se preocupa tu tía.

—¿Es _____? -dijo una segunda voz femenina desde el fondo. Su "preocupada" tía Sophie estaba probablemente colgada sobre el hombro de su madre, sonriendo abiertamente de oreja a oreja. Las dos hermanas habían vivido juntas los últimos cinco años. Eran polos opuestos, pero se las arreglaban para complementarse una con la otra de una extraña manera. Su madre era propensa a orientar y prosperaba arreglando los problemas de otras personas. Sophie era un espíritu libre que causaba problemas.

—Sí, es _____ —dijo su madre—. Está llamando para decirnos que está viva y bien, y no muerta en la selva como temías.

—¿Como yo temía? —Se rió Sophie—.¡Ja!

—¿Cómo te has estado sintiendo, mamá? —la salud de su madre había sido precaria últimamente. Pérdida de peso. Fatiga. No sabían exactamente qué lo había causado.

—Bien, sólo bien.

—Déjame hablar con ella —dijo Sophie. Una leve pausa, un chasquido de estática, entonces.— ¿Has tenido suerte?

—No quiero oírlo —gimió su madre al fondo. ______ abrió la boca para decir automáticamente sí, que había topado con un sexy guerrero tatuado y que casi le había dado todo lo que una mujer podría dar a un hombre. Entonces cerró la boca de golpe. Sueños o espejismos, o lo que quiera que hubiese sido Jimin, no contaba en la valoración de Sophie. A lo largo de la semana pasada, ella había estado cavilando sobre su experiencia en Atlantis, obteniendo siempre la misma conclusión. Nada de eso había sido real. No podía haber sido real.

드래곤의 심장 [Aԃαρƚαƈιóɳ] »»--★PJM y _____★--««Donde viven las historias. Descúbrelo ahora