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Cuando me despierto, recuerdo que estoy sola.

Me apoyo en los codos, me incorporo y le doy un vistazo a mi habitación. Todavía no me acostumbro a vivir en esta casa en la que los tres tenemos nuestra propia habitación. Salgo de mi cuarto, bajo las escaleras y me siento en la mesa de la cocina.

Mi padre se había levantado temprano para hacernos el desayuno y la comida para él y para mi hermano. Gracias a que yo fui tributo y gané he conseguido que mi hermano no tenga que trabajar demasiado, sigue haciéndolo, pero por gusto y menos horas de las que habria hecho si yo no hubiese vuelto. También gracias a aquello mi padre ya no tiene que trabajar, eso me alegra ya que tenía dolores en la espalda y así puede relajarse, ahora como no trabaja ha decidido ser nuestro chef.

Tras desayunar le doy un beso en la mejilla a mi padre y abrazo a mi hermano, me subo a mi habitación y me pongo un viejo vestido de mi madre que muestra el colgante que suelo llevar bajo mi camisa normalmente. El vestido era simple, con una falda que no limitaba mis movimientos y de un hermoso color verde esmeralda que hacía juego con el colgante.

Al salir de la aldea de los vencedores me puse uno abrigo largo y muy viejo, con la capucha subida, ya que si la llevase bajada la gente se me acercaría para pedirme comida o dinero, o para decirme que era muy valiente y fuerte y yo no soy nada de eso. Me encontraba muy cerca del Edificio de Justicia, entré por una puerta trasera bajándome la capucha para que me dejasen pasar.

Al llegar la hora, el alcalde nervioso me conduce a el escenario que han puesto en la plaza. Hay cuatro sillas en la plataforma, la primera para el alcalde, la segunda para Effie (quien ya la está ocupando), la siguiente para Haimich (quien sabe si llegará o no) y la última para mi, por lo que me siento. Desde allí veo a toda la gente de mi distrito y me siento aún peor de lo que me siento cada día al saber que nunca más me voy a morir de hambre, cuando ellos están un día más cerca de que les pase.

Cuando es cerca de las dos Effie y el alcalde murmuran preocupados por si Haimich vendrá. Al llegar las dos Haimich todavía no está, pero el alcalde debe empezar, por lo que sube al podio y
empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de
desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.

Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana. Pero, ¿Qué gana? Yo te lo digo, gana un trauma de por vida, pesadillas, vómito y miedo a ver a otro a los ojos y que vean el monstruo en el que te has convertido; bueno, y también alimento y una casa enorme para toda tu vida, eso hay que nombrarlo.

- Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias -recita el alcalde.

Después lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que hemos ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años hemos tenido exactamente tres, y sólo dos siguimos vivos: Lily Stone, es decir yo misma, y Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando algo ininteligible, se tambalea en el escenario y se deja caer sobre la tercera silla. Está borracho, y mucho. La multitud responde con su aplauso protocolario, pero el hombre está aturdido e intenta darle un gran abrazo a Effie, que apenas consigue zafarse.

El alcalde parece angustiado. Como todo se televisa en directo, ahora mismo el Distrito 12 es el hazmerreír de Panem, y él lo sabe. Intenta devolver rápidamente la atención a la cosecha presentando a Effie.

La mujer, tan alegre y vivaracha como siempre, sube a trote ligero al podio y saluda con su habitual:

-¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!

Y yo como siempre me pongo una máscara (no literalmente), me encantaría poder expresar la pena que me dan los que serán los tributos este año, sobre todo si son pequeños, aunque como demostré yo, el ser un niño no tiene por qué hacer que pierdas.

Ha llegado el momento del sorteo. Effie Trinket dice lo de siempre, «¡las damas primero!», y se acerca a la urna de cristal con los nombres de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento, se podría oír un alfiler caer.

Effie Trinket vuelve al podio, alisa el trozo de papel y lee el nombre con voz clara:

-Primrose Everdeen

El tributo - Peeta MellarkWhere stories live. Discover now