En las inhóspitas tierras congeladas de Alaska, entre la copiosa nieve que cubre árboles y arbustos, acechan dos ojos feroces de un intenso color amarillo. Observan desde su escondite el andar de un hombre, quien imprudentemente deambula en una noche, donde sólo la luna es un faro en la oscuridad.
Pero con toda luz, también, vienen las sombras. El hombre tiene peligro, teme a los animales salvajes que se esconden en aquellas sombras. Le teme al dueño de esos ojos que le siguen sin descanso.
Él le teme a los lobos.
Nuestro lobo, sin embargo, sólo lo observa. Es un lobo blanco como la nieve, un espécimen tan hermoso que cualquier cazador querría tenerlo en su pared. Pero, claro, antes tendría que intentar cazarlo.
El lobo ártico caminaba suavemente sobre la nieve sin hacer ruido, siguiendo los pasos de aquel hombre. Puede oler el miedo y el cansancio, la muerte acechándole, pero también su determinación a continuar. Se pregunta la razón por la que aquel humano se había internado tanto y tan profundamente en el bosque. Especialmente, se preguntó por aquello que lo empujó a hacerlo en medio de la noche.
Un aullido resuena en el bosque y lo estremece. El hombre se detiene por un breve momento, su corazón late más rápido, el lobo blanco lo sabe, él también ha escuchado el sonido... un canto a la luna de algún congénere suyo. Es normal, para ellos, la luna es la diosa que los protege y bendice, es su patrona, su guardiana; cantarle o llamarle no es extraño. Pronto se escucharán más.
El hombre, presa del pánico, echa a correr. Sus pasos son impedidos por la nieve, trastabilla una y otra vez. Entonces, en medio de las sombras aparecen otro par de ojos. Estos, afilados y negros, se abalanzan sobre el pobre ser que se debate en una lucha inútil contra la naturaleza.
El hombre no tiene voz ni siquiera para gritar. Sabe que ese lobo viene por él; escuchó sus pasos ágiles contra la nieve y el gruñido que parece el aliento de la misma muerte. Cae y sabe que está perdido. Sólo puede replegarse en sí mismo, cerrando los ojos y esperando los dientes afilados junto con el calor burbujeante de su propia sangre.
Pero nunca llegó.
Una sombra saltó por encima de su cuerpo y embistió con toda fuerza al otro lobo solitario. Ambos caninos cayeron sobre la nieve, gruñendo. El pelaje de sus espalda se eriza y en seguida se lanzan de nuevo al ataque. El hombre los ve batirse en un duelo estremecedor. Se abrazan con sus patas delanteras mientras intentan morderse el cuello o las orejas.
El lobo blanco, con un movimiento que el hombre no acababa de comprender, derribó al otro. La sangre brotaba y manchaba la nieve. Junto con un chillido, el lobo de ojos negros sale disparado de vuelta al interior del bosque, mientras que el lobo blanco le observa correr.
El lobo blanco gira lentamente hacia él.
No hay salvación. Los lobos pelean por la presa y ya se ha decidido un ganador. Con la sangre congelada por el miedo, más que por el frío, observa al lobo acercarse. Se encoge en sí mismo, una vez más, y cierra los ojos.
El hombre siente su presencia, la respiración caliente del animal contra su rostro. Aquí vienen sus colmillos afilados, piensa. Pero en su lugar, siente un lametazo amistoso en su mejilla.
Abre los ojos asombrado, asustado aún, pero no tanto como antes. El lobo le observa con tranquilidad, sin moverse. Aguarda por él y no parece tener intenciones de herirlo.
Entonces, el hombre lo ve con atención, se incorpora un poco para sentarse en la nieve, apenas así, puede mirar cara a cara el enorme y hermoso lobo. Trémulamente, estira su brazo, su mano alcanza el pelaje del cuello del animal provocando que sus ojos se encuentren con los del otro.
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El origen
RandomEn una noche de luna llena, el lobo alfa de la manada pide un deseo. Bajo el amparo de la Diosa de plata surge una nueva raza. ADAPTACIÓN Esta historia no me pertenece