Capítulo 4 Luna

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Dejó a Yibo en la cabaña, fue al pueblo y le compró algo de ropa. Luego de enseñarle cómo usarla y a pesar de lo incómodo que éste se sentía, ambos se dirigieron de vuelta al pueblo, donde compraron mantas, ropa de todas las tallas, tiendas de campaña y comida. Para Yibo todo resultó raro y tuvo un par de reacciones defensivas que tuvo que calmar de inmediato. Pensó que era un buen entrenamiento ese pequeño pueblo, para después pasar a la gran ciudad.

Porque sí o sí, lo llevaría consigo.

Después, le mandó un mensaje a Yubin diciéndole que retrasara las cosas tanto como pudiera, que había surgido un evento y que no podía marcharse de Alaska.

Volvieron a la cueva y entregaron la ropa. Esa fue la primera lección de Zhan: cómo usarla; claro que, Yibo, que ya lo sabía, le ayudó. Después, todos en procesión caminaron hasta la cabaña.

- No todos cabremos así que por eso compré tiendas de campaña.

Les enseñó a ponerlas y les entregó mantas. Luego vino la comida y algo de modales. Fue curioso, los lobos aprendían rápido, se adaptaban bien al cambio, lo cual, tal vez, también era producto del milagro, que aún no sabía cómo había sucedido. Fue un día largo y extenuante. Cuando llegó la noche lo único que quería era dormir.

La hora de dormir fue curiosa. Los lobos tenían sueño, Zhan vio a Yibo bostezar más de una vez. Pero entonces, la jerarquía volvió a marcarse, Yibo, el hombre pelirrojo y el hombre castaño, posiblemente, estaban en la cima de la pirámide y se quedaron en la cabaña, el resto en las casas.

Arrastró a Yibo al interior de su habitación, no lo dejaría afuera.

- Estoy muy cansado - le dijo cuando comenzó a quitarse la ropa.

Yibo lo miró con una sonrisa y comenzó a imitarlo.

- Creo que una vez que aprendan a hablar y eso, les puedo contratar maestros. Claro que les explicaría la situación... de alguna manera. Porque es necesario integrarlos a la sociedad.

Yibo, tal vez no entendía nada eso, pero Zhan sintió su agradecimiento cuando lo abrazó y besó en los labios con suavidad y ternura. Sus bocas transmitieron más que cualquier palabra. Zhan se aferró a él y suspiró. Cuando el beso terminó, estaba envuelto en ese abrazo más de lo que imaginaba. Se había encaramado a Yibo, aferrándose con las piernas a su cadera, mientras éste lo sujetaba.

- Eres realmente fuerte - le dijo al tiempo que le acariciaba el pelo con los dedos - Yibo quiero que vengas conmigo a China.

Yibo asintió.

- Manada - dijo, y Zhan comprendió que primero necesitaba asegurarse que los suyos estarían bien.

- Manada.

Yibo, entonces, se reclinó con él suavemente sobre el colchón. Zhan de espaldas a este se aferró a su cuello.

- Ya me siento mejor - informó, aunque no sabía si Yibo comprendería el mensaje.

Tal vez sí lo hizo. Porque lo besó de nuevo y no sólo los labios, también el cuello, las orejas, las mejillas. Lo mordió suavemente en el hombro, pasó su lengua por la piel desnuda y respiró fuertemente su aroma.

Zhan se incorporó un poco y lo instó a cambiar de posiciones.

- Te enseñaré algo nuevo - le dijo arrodillándose y sujetando entre sus manos la erección ya turgente del alfa.

Le sonrió por un breve instante antes de inclinarse sobre él y engullir aquel falo. Yibo dio un respingo, encontró una sensación nueva y placentera, cada movimiento que hacía Zhan con su lengua, cada succión, cada vez que apretaba sus labios contra su sensible piel, lo estremecía. Y ese deseo de la noche anterior lo recorrió, el deseo del apareamiento.

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