Mi cabeza está en dirección a la ventana. Mis ojos atraviesan el cristal, pero realmente no soy capaz de mirar nada. Mi mirada está perdida en la oscuridad. Sostengo un trago de whiskey en mi mano derecha. Estoy de pie, descalza junto a la mesita del bar y a mi alrededor todo está en completa oscuridad y silencio. La luna llena se reflejaba en el cristal de la ventana, iluminando la mitad de mi rostro con un brillo tenue. El silencio es ensordecedor. Se podría escuchar hasta el aleteo de una mariposa.
Hago un movimiento con el cuello para intentar relajarme y entonces me parece escuchar un ruido. Podría provenir desde mi habitación. Dudo que sean pasos. Me quedo inmóvil intentando descifrar de dónde venían. Puedo escuchar mi propia respiración. Ya comenzaba a ser irregular. Entonces escucho con claridad, pasos muy livianos bajando por la escalera detrás de mí a escasos tres metros.
Me giro, pero es imposible distinguir masa alguna. Los pasos son discontinuos, como si dudara entre acercarse o alejarse. El vello de mi cuerpo está completamente erizado. Mi vista es peor que nunca. Era como ver a través de un túnel con lentes de sol. Pero no llevo lentes de sol, ¿o si? No me da tiempo a rectificarlo con mi mano porque entonces me parece ver, por fin, un celaje de movimiento al pie de la escalera. Era una mujer. Lo supe cuando se acercó un poco más y pude ver entre las sombras una figura moldeada. A pesar de las desesperadas ganas que tenía de descubrir quién era, no podía mover ni un sólo músculo de mi cuerpo. Ahora podía escuchar los pasos lentos y firmes. Estaba descalza y se acercaba a mí.
Sujeté el vaso de vidrio con mucha fuerza y entonces la figura negra, se tornó gris. Ya pude ver algún rasgo. Llevaba el cabello suelto. Le llegaba hasta la cintura. Tenía un albornoz de seda negro.
No puede ser ella. Pero de alguna forma sí lo es. Y no porque la pueda ver con mis ojos. La puedo sentir en cada milímetro de mi cuerpo. Mi cuerpo sabe que es ella. Es sensorial.
Cuando está a un metro de mí, escucho su respiración. Suave y tranquila. Ya no tiene tiempo que perder y camina hasta quedar a milímetros de mí. Ahora, que su olor y el mío son uno solo, ambas sabemos que es real. Amelia estaba frente a mí. Levanta su mano y dibuja con un solo dedo un camino desde mi mejilla hasta mi boca entreabierta. Intento hablar, pero ella me tapa la boca con su mano.
—No hables —me susurra.
Coloca su mano en su cintura y con un movimiento violento, tira de las cintas del albornoz separándolas con fuerza. El albornoz cae al piso y descubro su cuerpo desnudo. Sus pezones pequeños y firmes. Sus caderas son anchas y moldeadas. De sus piernas prefiero no hablar.
Dejo caer involuntariamente el vaso de vidrio, derramando todo el líquido sobre la alfombra. Escucho que ella se ríe en tono bajo.
—¿Estás nerviosa?
Vacilo y trago saliva.
—No —repongo.
—Se me olvidaba que siempre estás en control de todo, ¿no es así?
No pude responder.
Se vuelve a acercar a mí.
Siento que mi entrepierna se calienta cuando sus labios carnosos están a un centímetro de los míos.
—No sabes cuánto te he extrañado —me dice con voz ronca. Su respiración está algo agitada ahora.
Intento quitar la mirada de sus ojos verdes, pero cuando lo intento me coge con fuerza de la barbilla y me obliga a mirarla. Es una mirada hipnótica.
—He esperado mucho tiempo para que esto ocurra —hace una pausa—. Esta vez sólo tengo ganas de follar como nunca antes —continúa despiadadamente.
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El diario de Elena (Parte II)
RomansaLuego de la boda de Amelia, Elena se marcha para intentar reconstruir su vida. Sumida en un abismo y sin saber qué rumbo tomar, vuelve a encontrarse con su hermano Christopher, quien le abrirá la puerta hacia un destino inesperado.