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Subimos al coche en la parte de atrás y puse algo de música en el estéreo. Destapé la botella de champagne, derramando un poco en el asiento. Bebí un sorbo de la botella y sentí el sabor refrescante, seco y burbujeante del vino correr por mi lengua y garganta.

-¿Quieres? –le ofrezco luego.

Ella sonríe.

-Perdona, no hay copas por aquí –me encojo de hombros.

Ella toma la botella y la inclina para beber.

Entrecerré mis ojos y la pude detallar entonces con más detenimiento.

Rebecca tenía el cabello lacio castaño largo y sedoso. Sus ojos eran dos avellanas escondidas detrás de sus gafas de pasta negra. Su boca era pequeña pero sus labios eran carnosos y bien dibujados. Estaba vestida con un sobretodo rojo y unas calzas de color negro con unas botas de cuero largas que llegaban hasta sus rodillas.

Ella se gira co un gesto de extrañes al descubrirme examinándola.

-¿Qué piensas? –me pregunta.

-En todas las respuestas que tengo para tu pregunta anterior –le digo.

Ella sonríe con picardía.

-Para tu información, no soy heterosexual, así que deberías tener cuidado con las preguntas que haces esta noche. Puede que responda de manera pragmática.

Ella me mira en silencio.

-Lo tendré en cuenta...

Reinó el silencio por unos segundos. Lo suficiente como para volver a dar otro sorbo a la botella.

-¿Y qué hace una aspirante a editora?

-Por ahora no mucho. Me dedico a leer básicamente y aprender de Julie.

-Eres joven, ya estás en una empresa reconocida y tienes la oportunidad de aprender de alguien con talento. Es bastante para alguien de tu edad –le digo.

-¿Qué edad crees que tengo? –pregunta confundida.

-No creo, estoy segura.

Ella alza una ceja.

-No sabes nada de mí –dice sonriendo.

-Tienes veinticinco años.

Ella se ríe.

-¿Cómo podrías saber eso? –exclama con incredulidad-. Chris te lo ha dicho, ¿verdad?

-Puedo continuar adivinando cosas sobre ti...

-¡No! –dice categóricamente-. ¡Suficiente!, es mi turno.

-Adelante.

-¿Por qué has decidido abandonar tu trabajo y venir a vivir aquí?

Sonrío.

Esa pregunta trajo de nuevo la cara de Amelia a mi mente. Tomé un largo sorbo de champagne para intentar al menos desdibujarla en mi cabeza. Agradecí el hecho de no tener que conducir esa noche. Ya comenzaba a sentir cosquilleo en el cuerpo producto del alcohol.

-Digamos en otras palabras que a mi corazón le ha pasado lo mismo que a la llanta del auto –me río.

Ella se ríe también.

-No parece una tarea sencilla romperte el corazón.

-No creo que le haya costado ningún tipo de trabajo a Amelia.

-Amelia... -repite ella, quitándome la botella de las manos-. Esa chica tiene sus méritos.

-¡hey!, no seas cruel –le digo, al tiempo que me llevo la mano al bolsillo de mi cazadora para sacar mi cajetilla de cigarrillos. Enciendo uno.

El diario de Elena   (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora