ACTO TERCERO - XXVI - XXVIII

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Escena XXVI

GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO

HAMLET.- ¿Qué me mandáis, señora?

GERTRUDIS.- Hamlet, muy ofendido tienes a tu padre.

HAMLET.- Madre, muy ofendido tenéis al mío.

GERTRUDIS.- Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre.

HAMLET.- Voy, voy allá... y vos me preguntáis con lengua bien perversa.

GERTRUDIS.- ¿Qué es esto, Hamlet? 

HAMLET.- ¿Y qué es eso, madre?

GERTRUDIS.- ¿Te olvidas de quién soy?

HAMLET.- No, por la cruz bendita, que no me olvido. Sois la Reina, casada con el hermano de vuestro primer esposo y... Ojalá no fuera así... ¡Eh! Sois mi madre.

GERTRUDIS.- Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar con más acuerdo.

HAMLET.- Venid, sentaos y no saldréis de aquí, no os moveréis; sin que os ponga un espejo delante en que veáis lo más oculto de vuestra conciencia.

GERTRUDIS.- ¿Qué intentas hacer? ¿Quieres matarme?... ¿Quién me socorre?.. ¡Cielos!

POLONIO.- Socorro pide... ¡Oh!..

HAMLET.- ¿Qué es esto?... ¿Un ratón? Murió... Un ducado a que ya está muerto.

POLONIO.- ¡Ay de mí!

GERTRUDIS.- ¿Qué has hecho?

HAMLET.- Nada... ¿Qué sé yo?.. ¿Si sería el Rey? 

GERTRUDIS.- ¡Qué acción tan precipitada y sangrienta!

HAMLET.- Es verdad, madre mía, acción sangrienta y casi tan horrible como la de matar a un Rey y casarse después con su hermano.

GERTRUDIS.- ¿Matar a un Rey?

HAMLET.- Sí, señora, eso he dicho. Y tú, miserable, temerario, entremetido, loco, adiós. Yo te tomé por otra persona de más consideración. Mira el premio que has adquirido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada curiosidad. No, no os torzáis las manos... sentaos aquí, y dejad que yo os tuerza el corazón. Así he de hacerlo, si no le tenéis formado de impenetrable pasta, si las costumbres malditas no le han convertido en un muro de bronce, opuesto a toda sensibilidad.

GERTRUDIS.- ¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspereza me insultes?

HAMLET.- Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da nombre de hipocresía a la virtud, arrebata las flores de la frente hermosa de un inocente amor, colocando un vejigatorio en ella, que hace más pérfidos los votos conyugales que las promesas del tahúr. Una acción que destruye la buena fe, alma de los contratos, y convierte la inefable religión en una compilación frívola de palabras. Una acción, en fin, capaz de inflamar en ira la faz del cielo y trastornar con desorden horrible esta sólida y artificial máquina del mundo, como si se aproximara su fin temido.

GERTRUDIS.- ¡Ay de mi! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla, con espantosa voz de trueno?

HAMLET.- Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos hermanos. ¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante! Los cabellos del Sol, la frente como la del mismo Júpiter; su vista imperiosa y amenazadora, como la de Marte; su gentileza, semejante a la del mensajero; Mercurio, cuando aparece sobre una montaña cuya cima llega a los cielos. ¡Hermosa combinación de formas! Donde cada uno de los Dioses imprimió su carácter para que el mundo admirase tantas perfecciones en un hombre solo. Este fue vuestro esposo. Ved ahora el que sigue. Este es vuestro esposo que como la espiga con tizón destruye la sanidad de su hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el cieno de ese pantano? ¡Ah! ¿Lo veis bien?... Ni podéis llamarlo amor; porque en vuestra edad los hervores de la sangre están ya tibios y obedientes a la prudencia, y ¿qué prudencia desde aquel a este? Sentidos tenéis, que a no ser así no tuvierais afectos; pero esos sentidos deben de padecer letargo profundo. La demencia misma no podría incurrir en tanto error, ni el frenesí tiraniza con tal exceso las sensaciones, que no quede suficiente juicio para saber elegir entre dos objetos, cuya diferencia es tan visible... ¿Qué espíritu infernal os pudo engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto sin la vista, los oídos o el olfato solo, una débil porción de cualquier sentido, hubiera bastado a impedir tal estupidez... ¡Oh!, modestia, ¿y no te sonrojas? ¡Rebelde infierno! Si así pudiste inflamar las médulas de una matrona, permite, permite que la virtud en la edad juvenil sea dócil como la cera y se liquide en sus propios fuegos; ni se invoque al pudor para resistir su violencia, puesto que el hielo mismo con tal actividad se enciende y es ya el entendimiento el que prostituye al corazón.

Hamlet - William ShakespeareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora